3. Riña

257 10 3
                                    

Bianca.

Cuando vi a mi padre, usualmente irreverente, insensible e inexpresivo levantar sus cejas y contraer sus labios apenas me vio debí saber que fue una mala idea. Solo debí darme vuelta de regreso al baño y tratar de arreglar algo de lo que había hecho y lo intenté. Con unas tijeras y mucho vana esperanza. Salí a su encuentro de nuevo, pero entonces recibí una exhalación de horror mayor y supe, verdaderamente, que lo había empeorado.

Apesar de que quería decirle que un consejo habría sido de ayuda, sólo respire hondo y fui a mi habitación a continuar con mi rutina nocturna. Y tal vez llorar un poco.

Es como uno de esos momentos de niños cuando creemos que al mezclar todos los colores quedará un precioso arcoíris pero entonces queda un gris de mierda. Pues aplica igual para tintes de cabello y alguien debería molestarse en escribir eso en el empaque, con esas palabras exactas.

Zac, en cuanto me miró cuando pasó a recogerme a la mañana siguiente, gritó. Así. Un grito horrorizado que hizo que los perros de los vecinos ladraran y después aullaran como si compartieran el mismo sentimiento.

— ¿Qué demonios hiciste, Bianca?

Suspiré dolorosamente y con resignación fui alrededor del auto hasta el lado del acompañante. Quizás el primer error fue no haberle dicho a mi mejor amigo de toda la vida que le había pedido matrimonio por telefono al dios entre los hombres, Daniel Noble. Si le hubiera dicho él, tal vez, habría sabido evitar que pusiera una mano en un tinte rubio o siquiera le habría podido explicar porque hice lo que demonios tuve que hacer.

— Fue tu hermano, ¿no? — dijo en cuanto abrí la puerta — Voy a golpear al bastardo. ¿Acaso intentaba cortarte el cuello? Esto está más corto que... — aparte su mano de los mechones disparejos a la altura de mi nuca — Dios santo, Bianca.

— No fue él.

Realmente solo quería...

— Fue tu madre, entonces. ¿Finalmente decidió enviarte al campamento militar? No voy a permitirlo, Bianca. Jodidamente no... — como para enfatizar su punto golpeó el volante haciendo que accidentalmente sonara la bocina y asustaramos a muerte al señor Douglas que paseaba a su perro en la calle de enfrente. Zac se asomó por la ventanilla — ¡Lo siento!

— ¡Vete al diablo, imbécil!

Me reí en voz baja. Ay, Dios.

— ¡De verdad, lo siento! — insistió Zac con su mismo tono remilgado que le había enseñado su madre.

— ¡Pedazo de idiota inútil!

— ¡Fue un accidente, señor!

— ¡Accidente mis pelotas! Bajate de ahí y te enseñaré un verdadero accidente — para este punto, el anciano había soltado la desgastada correa de su perro y se arremagaba las mangas de su camisa a cuadros.

— ¿Por qué cada vez se ve más enojado? — preguntó Zac hacia mí — No es como si hubiera atropellado a su perro, ni siquiera cuenta como una ofensa directa. ¡Lo siento!

— ¡Te romperé todos los dedos, niñato infeliz!

Para este punto la mitad de los vecinos estaban asomando sus rostros lagañosos por sus puertas. Observando con rostros agrios la escena y otros con lejano interés.

Touchdown en tu corazón Where stories live. Discover now