20. Ebria

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Daniel

Hay quienes dicen que cuando una persona te importa podrías escontrarla en una multitud con los ojos cerrados. Pues en ese momento me sentí como si lo hiciera.

Estaba apunto de atardecer mientras esperaba en la entrada norte al complejo deportivo, justo donde había un montón de escalones hacia la plazoleta para entrar al estadio y pretil abierto donde convergían varias salidas por lo que a esas horas estaba lleno de gente que iba o venía. Pero yo la vi, aún con su rostro inclinado y cubriéndose con una gorra, la vi entrar corriendo desde el costado sur y esquivar a las personas pero sin tener un destino fijo. Ya me encontraba bajando los escalones que nos separaban cuando ella estuvo apunto de ser golpeada por una chica en una bicicleta.

— Lo siento. Lo siento — movió su mano frente a ella pero no se detuvo y entonces estaba corriendo directamente hacia mí — Uh... Lo siento.

Bianca estaba disculpándose incluso antes de chocar contra mi pecho, mis brazos la rodearon cuando la inercia la hizo tambalearse y sus pies enfundados en zapatillas planas resbalaron.

— Hey ¿Dónde es el fuego, corazón? — pregunté.

Bruscamente hecho su rostro hacia tras para mirarme, con el movimiento su gorra de New England cayó y su cabello, que había dejado de ser rizado en algún momento desde la última vez que nos vimos, cayó suelto alrededor de su rostro. Lacio, rubio y diferente.

Me encontré mirando a una chica diferente hasta el punto de hacerme dudar sobre si mi corazonada se había equivocado miserablemente, porque entonces además de aún más corto a la altura de su barbilla también tenía un flequillo que le cubría parte de la frente hasta tocar sus cejas castañas, enfatizando su adorable rostro en forma de corazón, sus mejillas redondeadas y sus labios rosados. Fue al encontrarme con sus preciosos ojos que supe que seguía siendo la misma, con tantos tonos de café que existían en el mundo y algunos cuantos sin descubrir que hacían única su mirada, me alentaban a acercarme pero también alejarme, como esas brasas en un fuego lento que querías tocar pero aún estaban tan calientes como para marcarte la piel.

— Dios Mío, cariño... — susurré.

— Daniel, hola — ella trago al parecer mas exaltada por su carrera que por mí.

Mientras que yo solo podía mirarla, mentalmente frito. Respiro hondo e inclinó su barbilla, dejando al descubierto un costado de la línea de su mandíbula y su cuello. Santo Dios. ¿Su piel siempre había sido siempre tan cremosa? ¿Y su cuello tan...?

— Creí que venía tarde, lo siento — exhaló varias veces y sentí como palmeó mi pecho para luego alejarse unos pasos, dejandome con los manos dolorosamente vacías, parpadeó y bajo la mirada — Oh, no. He manchado tu camisa.

Se volvió a acercar para inspeccionar un costado de mi pecho, por debajo de mi hombro. Realmente no podría reunir las suficientes neuronas para importarme incluso si mi camisa estuviera en llamas, solo podía mirarla fijamente con mi corazón en una estúpida carrera con mi cerebro por dejar de funcionar. Jesucristo.

— Uy, lo siento — apretó sus labios en un mohín — No se si salga la mancha.

Miré brevemente hacia abajo, donde ella señalaba y una mancha de maquillaje se notaba en el costado derecho de mi camisa de botones blanca. Estire la tela para notar una ligerisima marca de brillo labial rosa en la forma de un beso, de nuevo una sonrisa estúpida estalló en mis labios .

— No importa, Bianca. Ahora es mi camisa favorita.

— ¿Por qué? — replicó, desconcertada.

— Tiene algo tuyo.

Touchdown en tu corazón Where stories live. Discover now