30. Final

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Por primera vez en varios días me miré al espejo sin miedo de ver quien era la que se reflejaba allí, esa mañana me desperté sintiéndome cálida y tranquila, ese frío helado que me mordía los huesos había desaparecido por completo reemplazado por un delicioso placer y descanso completo. Y aunque tenía una sensación de profundo letargo y mis párpados se cerraban involuntariamente supe en donde me encontraba y con quien.

Rodeada por Daniel, en su habitación.

Estaba parcialmente sobre su cuerpo con mi cabeza presionada en su pecho, abrazada a él y con nuestras piernas enredadas, uno de sus brazos rodeandome a la altura de mis caderas mientras que la otra estirada para hundir su mano en el cabello a la altura de mi nuca, sentía sus dedos cubrir prácticamente toda mi piel desnuda en el cuello y ser una de las fuentes de calidez.

Aunque no quería levantarme de allí nunca, fui a ducharme y cambiarme el suéter de punto que picaba en mi piel. También aproveche para llamar a la señora Miren.

— No, no ocurrió nada como eso — le aseguré con mis mejillas sonrojadas y la frente apoyada en la puerta del baño.

— Las fresas y chocolate nunca fallan para la seducción, yo lo use con...

— No queremos saber eso, joder — gruñó el señor Douglas a través del teléfono.

— Pero eso explica porque tu esposo murió de una forma tan particular — comentó la señora Jacqueline — El pobre.

La señora Miren replicó de fondo pero el señor Michael habló por encima de ella.

— Pero dinos, niña. ¿Si estas bien?

— Lo estoy — esta vez sonreí — Muy bien.

Hubo una larga pausa, singular en ellos hasta que la señora Miren respondió.

— Nos alegra escuchar eso.

No pregunte por mi padre, sinceramente esperaba que se las arreglara él solo.

— Los quiero mucho — dije al final — No creo que hubiera podido soportar todo esto sin ustedes.

De nuevo, una larga pausa está vez rota por el señor Douglas que no podría estar segura pero su tono fue frágil y afectado.

— Pero jodidamente todos saben que yo soy el favorito.

Todos reclamaron y al colgar la llamada estaban echando al señor Douglas de la casa, me reí tan llena de cariño por ellos que los últimos restos de hielo se fueron. No sabía que haría a continuación con mi vida o donde viviría pero al menos no era una incertidumbre paralizante sino una expectación emocionante y cálida.

Al salir del baño fui directamente hacia la habitación de Daniel, donde él seguía en el mismo lugar donde lo había dejado al salir.

Seguí mi primer instinto y me acerque a la cama para sentarme en el borde muy cerca de él, con su rostro inclinado hacia un lado y sus atractivos rasgos relajados se veía al mismo tiempo vulnerable y devastador, además del gran hecho de su pecho desnudo por debajo de la delgada sabana que no se podía pasar por alto. Recordaba haber insistido en medio de la noche en revisar sus moretones y hacerlo quitarse la camiseta, pero él insistió lo mismo seguro de yo tenía más golpes además de los del rostro. Entonces aunque sentía mi rostro estallar en un acalorado sonrojo agarre el dobladillo de mi suéter dispuesta a quitármela de encima también. Él había gritado y negado limitándose a examinarme por encima de la ropa.

Sonreí ante el recuerdo. Podría ser muy mojigato también.

Pero él no se la había vuelto a poner y entonces estar presionada contra él era aún más intenso, había estado en llamas en esos lugares donde su piel desnuda tocaba mi piel desnuda donde mi suéter se había levantado a lo largo de la noche. Lentamente levanté mi mano y la puse sobre su pecho, a través de mi palma sentí su corazón golpear y su piel irradiar calor, sentí los bordes de sus definidos pectorales y más abajo el inicio de sus abdominales. No podría saberlo o compararlo pero debía tener más de esos músculos que muchos otros jugadores o no. Me encantó como ondularon bajo mis dedos. Me hizo querer ser más ambiciosa y mover mi mano lentamente sobre su piel hacia abajo para tocar más de él, tocar todo el entorno de los rectángulos perfectamente encajados y aunque no moví mi mano seguí con mi mirada el camino que marcaban y se perdía en la cintura de sus pantalones de chandal, justo donde los huesos de sus caderas sobresalían.

Touchdown en tu corazón Where stories live. Discover now