27. Su Rostro.

89 8 1
                                    

Daniel

Al día siguiente considere seriamente solo quedarme a dormir en el auto, pero lo descarte con suspiro porque entonces tendría que añadir un dolor de espalda infernal a lo que con lo que lidiaba ahora, que no era poco.

Recogí mi bolsa y arrastre los pies por el jardín de la residencia de Forbes, luego del duro entrenamiento en que había fingido no haber recibido una paliza el día anterior, cada musculo de mi cuerpo terminó palpitando o agarrotado en un determinado nivel. Incluso las magulladuras de mi rostro habían cruzado el umbral del dolor que cualquier jugador resistiría, como tentáculos codiciosos trepaban por mis sienes y apretaban mi cabeza hasta el punto de hacerme preguntar si solo un dolor mayor lo aliviaría.

Pero lo peor era que mi mente seguía funcionando, en medio de las horrendas punzadas y rayos seguía dandole vueltas una y otra vez a todo lo ocurrido en la última semana. Indiscriminadamente volvía a un momento ameno como a un momento doloroso.

<Te quiero, Da>

Sus ojos habían brillado de una manera maravillosa cuando me dijo esto.

<No quiero una responsabilidad como esa sobre mí>

Inmediatamente este segundo pensamiento borró el anterior, aplastando mi pecho de la misma manera que lo haría un disparo a quemarropa. Porque si, el amor es responsabilidad ella tenía mucho razón. No tirabas el amor al aire y ya, te declarabas porque esperabas con todo tu corazón que la otra persona correspondiera, para que ambos fueran responsables, aunque sea pasajero, de sentir y compartir con el otro.

Y ella había sido muy inteligente para separar una cosa de la otra, mis labios sonrieron aunque toda la parte inferior de mi cara doliera. Mi pequeña Whisky era tan inteligente. Tal vez debí preguntarle como lo hizo, que me diera un par de clases particulares para hacerlo yo también.

Porque apesar de sentir que mi alma se desgarraba era lo suficiente tonto para elegir sentir a que me arrancarán el corazón y no sentir.

No tengo remedio, ¿verdad?

Lo que había ocurrido la noche anterior no cambiaba nada, habíamos dormido en la misma cama pero antes me comería mi propio brazo antes de intentar algo mas cuando evidentemente ella no quería nada más conmigo.

Aunque su olor y ella dormida acurrucandose contra mi espalda me volvió loco toda la noche.

Gemí cuando subí cada uno de los tres escalones hasta el pórtico, pero entonces fui golpeado por una persistente sensación que me hizo cerrar los ojos y gruñir. Porque era como un sentido arácnido desarrollado por el puro instinto de supervivencia de años, que me hacía saber que mi abuela estaba cerca. Retrocedí un par de pasos para mirar el costado de la casa en dirección donde se encontraba la ventana de la cocina, las luces encendidas, el olor a algo cocinandose y las voces encendidas en medio de una conversación era toda la confirmación que necesitaba.

Me revolque en mi miseria un poco mas antes de reunir una fuerza que no tenía para abrir la puerta y arrastrarme adentro. El salón completamente oscuro y en silencio me recibió, haciendo un claro contraste con lo que me esperaba en la cocina era como un trozo de cielo despejado antes de la tormenta, estaba alargando mi brazo para encender la luz del recibidor cuando una voz en medio de la oscuridad me asaltó.

— No enciendas la luz, Da.

Mis manos instintivamente se estiraron frente a a mi mientras me giraba para enfrentar de nuevo el recibidor abierto, con la tenue luz que entraba por las puertas de cristal temperadas de la terraza apenas logre ver las siluetas de sombras más oscuras de los sofás y estantes, hasta dar con una sombra diferente en la pared opuesta a la entrada al pasillo. Mis latidos se detuvieron repentinamente a la vez que mi mente se ralentizaba.

Touchdown en tu corazón Where stories live. Discover now