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Un perro color amarillo cruzó el portal con su compañero en brazos, el cual apenas pudo recobrar un poco de energía para abrir y cerrar el espejo.

El azabache miraba la gema en su mano, se veía tan pequeña, no podía creer que arriesgó la vida de tan magnífica criatura por un objeto tan pequeño.

Escapar del capitán y sus hombres no le pareció sencillo, y cargar peso extra solo lo complicó más, sin embargo, prefería dar su vida a dejar al exe en ese horrible mundo repleto de agua.

Mikellino se encontraba intacto, exceptuando, claro, la falta de aire, llevó a su compañero a su cuarto y lo recostó delicadamente en la cama, luego buscó un botiquín y le vendó la herida, su respiración era leve y parecía dócil.

Suspiró embobado en la belleza del que tenía enfrente, al final si había valido la pena pasar por todo eso a fin de cumplirle un capricho.

Luego de varias horas el exe despertó poco a poco y vio a su nuevo amigo a un lado suyo recargado en la cama tomándolo de la mano.

Luego de varias horas el exe despertó poco a poco y vio a su nuevo amigo a un lado suyo recargado en la cama tomándolo de la mano

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Sonrió inconscientemente y tomó un libro de hechizos que tenía arriba de un cajón situado a la izquierda del colchón.

Buscó una página en específico y recitó un conjuro, acto seguido su herida había sanado, o era lo que parecía, pues esos hechizos solo adelantaban el proceso de cicatrización, ninguno podría curar una herida de muerte.

Retiró el vendaje y se dispuso a dormir, pues lo agotaba usar magia, aunque no sin antes dejar una nota de agradecimiento al lado de Mikellino, no se atrevía a despertarlo después de todo lo que hizo por él.

Unas cuantas horas más pasaron, el de cabello azabache se levantó cansado y lo primero que notó fue la carta a su derecha.

Unas cuantas horas más pasaron, el de cabello azabache se levantó cansado y lo primero que notó fue la carta a su derecha

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En ella decía la razón por la cual no tenía las vendas ni la herida y un pequeño gracias.

El mayor se levantó para hacerle de comer a su amado, pues seguramente se hallaba hambriento.

Uno, dos, constantemente estornudaba el de pelaje amarillo, comenzaba a arrepentirse de no escuchar al pelinaranja.

- Genial, estoy enfermo, creo que fue mala idea igno- estornudó- rarlo- continuó desanimado.

- Te dije que te enfermarías- escuchó a sus espaldas, aunque no hacía falta voltear para saber quién era.

- Perdóname, amor, a la próxima te hago caso.

- ...- se contuvo, no quería ser desagradecido.

- ¿Tienes hambre? Ya casi está la comida.

- ...

- ¿Estás bien?- volteó a verlo- acabas de despertar, deberías seguir descansand...

- Gracias- lo había abrazado- has hecho demasiado por mí, más de lo que pedí, me salvaste, obtuviste la gema y te preocupaste por mí al grado de curarme y darme de comer, pero no sé cómo compensarlo- sollozó sin separarse.

- ...- correspondió ocultando su rostro en el cuello ajeno- Con tu afecto me basta, te dije que no me iría de tu lado, que haría cualquier cosa por ti.

- ¿Por qué?

- Porque te amo... Sé que no nos conocemos- se separó- pero algo en ti me ha cautivado, no te pido que correspondas, solo que me dejes estar a tu lado, déjame verte feliz, aún cuando no sea a mi lado.

- ... Quisiera corresponder, sé que me harías muy feliz, pero... Le debo mi vida a Trollino.exe y lo amo como no te imaginas.

- Lo sé, por eso te ayudaré, aunque me duela, y si tengo suerte un día seré recompensado.

- ... ¿Hay algo que pueda hacer?

- No, ya hiciste suficiente.

Durante la comida hubo un silencio ligeramente incómodo, a excepción de cuando Mikellino estornudaba, el resto del día no se dirigieron palabra y el exe accedió a dormir junto al mayor.

Al día siguiente el más grande amaneció con temperatura y divagaba constantemente, el de orbes rubí no sabía que hacer, las únicas veces que Trollino.exe se enfermaba él estaba a su lado mientras las sirvientas lo atendían.

El de cabellos azabaches trataba de levantarse, sin embargo, su amado se lo impedía, no quería que su estado empeorara.

- ¿Y luego qué hago?- preguntaba Mike.exe, pues le pidió instrucciones de lo que necesitaba hacer.

- Esperas a que hierva y revisas que esté bien cocido- le estaba explicando como hacer caldo.

- Ok, vendré cada - minutos a cambiar los trapos y revisar tu temperatura, me puedo teletransportar, así que no creo que haya problema.

- Déjame ayudarte- decía decaído- no puedes hacer todo solo.

- Tú te encargaste de todo cuando estaba herido, es mi turno- sonrió orgulloso.

- Está bien- su sonrisa era confortable.

Al principio fue difícil para el can acostumbrarse a los quehaceres y cuidar de una vida que no fuera la suya, sin embargo, la sonrisa del mayor y su voz agradeciéndole tiernamente hacia que valiera la pena, Mike.exe comenzaba a tener afecto por el contrario.

La enfermedad de Mikellino no duró solamente un día, sino cuatro, en ese tiempo el pelimoztaza se dedicó a cuidarlo y estar a su lado.

Quizás se estaba encariñando más de lo deseado con el príncipe, y si seguía así le dolería despedirse de él.

Debía aceptar la realidad, ambos eran de diferentes especies y clases sociales, no serían bien vistos por la sociedad a pesar de ser solo amigos, además de que si formaban un lazo terminarían separándose después de la aventura y su unión se rompería con el tiempo, quererlo no le traería beneficios.

Él ya quería a Trollino.exe, y si de verdad apreciaba a Mikellino sería lo mejor dejarlo, pues no podía obligarlo a quedarse.

- Gracias por cuidarme este tiempo- agradecía el más alto una vez curado.

- No es nada, hubieras hecho lo mismo por mí, y no fue tan difícil- sonreía.

- Eres tan hermoso- decía embobado el de cabello azabache.

- ¿Eh?- fingió no escuchar.

- ¿Ah? Nada, olvídalo- reía nervioso.

Su convivencia había mejorado considerablemente, a Mike.exe comenzaba a agradarle la compañía del contrario, definitivamente sería muy doloroso dejarlo ir, talvez, podría acostumbrarse a sus risas.

Amores desunidos (Mikeno) [COMPLETADA]Where stories live. Discover now