✪Sentencia al demonio✪

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Los pasos del azabache eran pesados, sus muñecas llevaban pesadas esposas, unas cadenas que tenían unos signos demoníacos. Estos grilletes lo que hacían era impedir a todas las criaturas -a las que les eran puestos-, utilizar su poder.
Así evitaban posibles conflictos y escapes de aquellos que debían enfrentarse al juicio de los reyes del mundo.

El demonio al sentir un golpe en su espalda gruñó y casi le lanza una mordida a uno de los monjes, de no ser porque le detuvieron con varias lanzas que estaban dirigidas a su garganta.

―Sabía que os gustaba clavarla en la gente, pero no creía que a este nivel ―dijo sonriendo burlón y pronto los apartó de un empujón―. Y lo siento, no me gusta que me claven lanzas. Ahora, ¿me lleváis a donde me tengáis que llevar? ―preguntó con tranquilidad mientras su cola se movía de manera juguetona y los monjes negaban.

―Mi señor, de verdad no entiende la gravedad de sus actos ―dijo negando con la cabeza.

―¿Mis actos? ¿Por haber golpeado a Zitu al intentar asesinar a mi humana? ―preguntó extrañado, puesto que no sabía cual había sido el crimen que había cometido para llegar a ser juzgado, simplemente había seguido a los monjes para poder encontrar al zorro y asestarle el golpe que nunca le había asestado.

―Demonio de la calamidad Thomirchotch... Se te acusa por incumplimiento del juramento demoníaco que los primeros reyes firmaron hace más de diez milenios ―dijo y pronto el azabache se tensó―. Si, has incumplido tu deber al hacer un pacto y sentir empatía con quien lo has hecho, sabiendo que humanos y seres sobre naturales, jamás pueden estar juntos... Has roto el equilibrio que nuestros mundos tenían...

―Espera, espera, ¿por tardar un par de meses más en conseguir un alma? ―dijo sin palabras el chico.

―No solo eso... ―dijo con tranquilidad―. Si no por inmiscuirte de más en la vida de tu contratista y haber removido el ciclo de la paz... Las pruebas han sido grabadas, siempre has sido observado. Y que el gran Tuldirm te perdone la vida, y solo obtengas un castigo menor mi señor.

Tras aquella sentencia, el azabache se quedó sin palabras, simplemente comenzaron a empujarle con cuidado para que andase, dirigiéndose con él hacia la sala donde iba a ser juzgado.
Al detenerse frente a la enorme puerta de marfil, uno de los monjes se cortó un dedo, con su azulina sangre, dibujó el símbolo que los dirigiría hacia la ancestral sala.
Pronto, el fuego azul consumió la puerta, y esta abrió el paso para que los monjes y el demonio la atravesasen sin ningún problema.

―Ahora será juzgada la diablesa Zitu por sus actos... Deberá esperar sentado ―sentenció uno de los monjes mientras el azabache -inmerso en sus pensamientos-, se quedaba callado y simplemente se dejaba llevar por aquellos hombres.

Pronto se sentó en una de las inmensas filas de sillas que estaban en cada enorme escalón para presenciar el juicio. Aunque ahora, el silencio era sepulcral, allí no había nadie, más que Tom, los monjes y al final de las "escaleras", en el suelo, se encontraba una losa que tenía la insignia de un pentagrama. Allí era donde llevaban a los culpables. Y frente a ese lugar, solo necesitando subir unos pocos escalones, cinco tronos. En el centro, un trono hecho de ónix -el más grande de todos-, donde se encontraba Tuldirm con una mirada seria, y a sus dos lados se encontraba el rey de los incubi y sucubi: Ukothri con su trono de rubí, y la reina de los demonios embusteros e ilusionistas: Doknel, con su trono de piedra de sol.

Mientras que los otros dos asientos, un asiento de cuarzo, y otro asiento que, bueno, estaba semidestruido, permanecían vacíos.

―Subid a la culpable ―sentenció el de cabello azul. Y con un chasquido de sus dedos -que resonó en toda la sala-.

My Demon ©Where stories live. Discover now