10. Dolores insanables.

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Clara.

03 de septiembre.

Me despierto porque el perro entra a la habitación.

Matt se da cuenta e intenta bajarlo, pero antes de que lo consiga percata que ya me he despertado.

Me levanto de la cama. Me duele un poco la parte de atrás del cuerpo

-¿Estas bien? -Me pregunta él a través de la puerta.

-Sí. -Le digo con tranquilidad. -¿Por qué?

Entra al lavabo. Yo me estoy lavando la cara.

Cuando me ve sale de la habitación.

Yo me ducho y me visto, con uno de mis mejores modelitos.

Un top negro, el top va atado por delante, con pequeñas hebillas de oro, tiene mangas bombachas y es de terciopelo.

Un tejano ajustado de color azul y las gafas de ver.

Cuando me los pongo jadeo al notar las heridas de mi trasero rozar.

Me pongo unas bambas de moto. Son negras y conjuntan perfectas con el outfit.

Decido bajar a desayunar.

Paso por el comedor donde están sentados mis padres junto a mi hermano.

No digo nada, y ellos se quedan mirándome mientras paso.

Ellos tampoco dicen nada.

Voy a la cocina a pedirle un café a Carla.

Me voy fuera, al jardín.

Me siento en el banco de madera que hay, apreciando el soleado día que se avecina.

-Aquí tiene. -Carla me deja el café en la mesita.

Yo lo cojo y doy un sorbo largo. Me arde la garganta de lo caliente que está.

Zeus y Hera se sientan a mi lado, uno a cada lado. Sentados observando cualquier amenaza.

Al saber que mi abuela estaba secuestrada mis padres antes de venir se pasaron por casa a ver a la perrita.

Por suerte no estaba muerta, ni drogada, ni dañada.

Perfecta, es decir.

Tan sólo llorando, esperando a su dueña.

Pero no volvió.

Los miro, de golpe desvían la mirada hacia la izquierda y Zeus empieza a gruñir. Hera se le une.

Zeus es mío.

Lo cuidé yo, lo adopté yo, y lo adiestré yo. Y aunque mi padres y hermano sean de la familia. Yo lo enseñé que siempre que yo estuviera sola y se acercara alguien gruñera hasta que yo le diera la orden.

Levanto la vista y veo a mi madre.

Le doy una palmadita en el costado a Zeus y se calla. Hera lo sigue y mi madre se acerca más cuando ve que dejan de gruñir.

Se sienta al lado y Hera le da lamidas en las piernas.

Ella la acaricia.

-¿Podemos hablar? -Me pregunta ella.

-No hay nada de qué hablar, mamá. -Le digo, no sé de qué quieren hablar.

Veo como traga grueso.

-Clara, por favor. -Me pide ella. Yo frunzo el ceño. Me voy a levantar tranquilamente pero ella me coge del brazo devolviéndome a mi sitio.

El perro le gruñe y le doy otra palmada para que se calle.

Destrúyeme [En Proceso]Where stories live. Discover now