25. Dinamita.

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Clara.

—¡Buenas nocheeees! —Alargué la última palabra diciéndola con entusiasmo cuando un joven de blanca piel con algunas cicatrices hechas con cuchillo me abrió la puerta para entrar en un comedor muy grande.

El padre y el hijo me miraron con extrañeza y la mujer que estaba conmigo en la habitación. —Que se llamaba Claudine— me miró como diciendo: Esta chiquilla no tiene remedio.

Ella se fue antes que yo para pasar desapercibidas. Cuando pasó un rato alguien me vino a buscar, era un hombre grande con apariencia de ser un cabrón pero que probablemente en el fondo sea como una muñequita de peluche. Es decir, adorable.

El chico que sujetaba la puerta me hizo un gesto para que entrara y lo hice inmediatamente.

Finalmente conseguí meterme la Liga en la pierna, costó, pero entró, y luego meter el arma, que costó también. Pero bien, pasa desapercibida.

—Buenas noches. —Dijo serio el hombre amargado que había en uno de los extremos de la mesa, tenía algunas cicatrices y alguna que otra herida abierta.

Vi como Claudine asintió y él resopló y se levantó de su silla, no entendí nada hasta que ella me hizo un gesto para que me sentara en el sitio donde él había estado sentado anteriormente. Dio unos pasos y se sentó cerca de su hijo, el cual no apartaba la vista de mí.

Me senté en la silla, noté un extremo del arma clavarse en mi piel y me acomodé mejor. Levanté la cabeza y mi vista se encontró con la de ella, que me miraba atentamente.

En la mesa no había nada excepto unos platos de color negro estampados con un efecto mármol de color dorado. Una copa de vino y un vaso para el agua. Unos cubiertos de oro y unas servilletas de tela.

Alcé el rostro cuando una chica de unos veintipocos entró a la habitación. Era joven, demasiado joven, aparentaba mi edad, me dio pena verla ahí mientras otros tienen los lujos de su vida. Pero uno no elige donde nace.

Llevaba ropa normal, unos leggins de color negro con una camiseta de color blanco. De hecho, lo único que me hizo pensar que era la sirviente fue que llevaba los platos en las manos. Llevaba unas bambas de tacón y una americana de color negro.

Su pelo recogido en una cola en medio de la cabeza y sus labios pintados con algo de gloss, porque brillaban.

Fui a la primera que sirvió, ya que dejó el plato delante de mi y se llevo el que yo tenía. Miré la comida y miré a Claudine. ¿Podía comerme la comida que ellos me prepararon?

Ella dejó la mirada fija en mi y algo me dijo que no lo hiciera, pero no acababa de entender a lo que se refería. Así que lo primero que se me pasó por la mente fue levantarme de la silla para coger a la pobre muchacha por el brazo y sentarla en mi silla.

—Come. —Le exigí cuando me miró con una cara de: Por favor, no lo hagas, no de nuevo. No entendí a que se podía referir, así que volví a decirle lo mismo de nuevo. —Que comas joder.

—No entiende tu idioma. —Me dijo Jake que miraba con las cejas levantadas y un poco de ironía lo que estaba pasando justo en esos instantes.

—Pues lo entenderá a la fuerza. —Le dije secamente a él.

—Cómetelo. —Le dije de nuevo señalando el plato de comida, la chica primero miró el plato y después pasó la mirada a mi rostro, que estaba enfadado e impasable.

Miré a Claudine, me asintió y yo entrecerré los ojos. Me miraba frívolamente. Al igual que yo. ¿Eso significaba que iba por el buen camino?

—¡Que comas! —Di un chillido, ahí fue cuando la chica lo entendió a la perfección porque cogió el tenedor y pinchó algo de carne que había en este. —Si la comida está envenenada. —Advertí mirando al hombre. —Haré que tras comérsela ella, te la comas tú.

Destrúyeme [En Proceso]Where stories live. Discover now