32. Nieta de una emperatriz.

354 13 1
                                    

Clara. 

No sé que decir ahora mismo, para que mentiros, todo transcurrió muy rápido, así que os lo voy a explicar a la misma velocidad.

—Tú, niñata —dijo la novia de mi abuela. Su tono era despectivo, a lo que elevé la ceja y la observé detenidamente.

Estábamos en mitad de una carretera por la cual pasaba un coche cada tres horas, a unos cincuenta metros de un burdel en el cual también servían copas de alcohol.

La cartelera roja deslumbraba, aunque fueran las once de la mañana prácticamente.

Estaba fuera de aquel lugar en el que solo habitaban locos dementes, había vacilado a todo el personal, incluso al señor de la casa, ¿y ella pensaba que iba a dejar que una vieja viniera a joder? No cielo, eres mayor que yo, pero mis respetos los perdiste cuando dejaste allí a mi abuela.

—Ven y acércate. —Me quedé observándola por unos instantes, suspiré fuertemente para que ella lograra escucharlo. Finalmente decidí acercarme a ella.

Me planté delante y mirándola fijamente a los ojos me quedé muy quietecita. Mi abuela estaba posicionada a su lado, ella también me miraba.

Claudine me sonrió malévolamente y de un fuerte estirón rompió mi camiseta, haciendo que esta quedara en forma de pico. Mi sujetador negro era lo único que en aquel momento lograba tapar mis pechos. Estos, que estaban apretados y marcados por la fuerza de la prenda, lucían demasiado provocadores.

—Tienes suerte de ser una de las mujeres más bellas y poderosas que he conocido nunca —confesó. —Porqué de no ser así no podríamos salir de aquí.

Miré a mi abuela, pero siempre con la barbilla y la mirada altiva. Ella me observaba con la mirada decaída y tristemente.

Claudine metió las manos bajo mi camiseta, recolocó mi pecho y apretó las tiras. Creía que este me iba a explotar, las tetas me iban a tocar la barbilla.

Cogió mi cuerpo y me dio la vuelta, a lo que sin darme cuenta y de un solo estirón subió mi pantalón corto hasta hacer mis cachetes quedaran prácticamente al aire.

—Bien cielo —soltó sin más. —Esto es sencillo, lo verás cuando entres ahí.

Se sacó un pintalabios rojo del bolsillo trasero y con él maquilló mis mejillas y mis labios.

—Solo abre la puerta, colócate en la barra, junta tus brazos y toca mucho tu pelo. Después todo será muy sencillo.

De nuevo, miré a mi abuela, ¿estaba permitiendo eso?

—Preciosa —confesó. —Vamos, dale un beso en la frente.

Mi abuela se dejó llevar por el momento y se acercó a mí, cogió mi cara con las dos manos y me dio un beso justo donde le había indicado ella anteriormente.

—No dejes que te toque nadie —me dijo con la mirada apenada. —Toma.

Me ofreció una pistola.

—Está cargada —indicó sin más, pero no la cogí, la miré con la mandíbula apretada. Sé defenderme sin armas.

—Tú tranquila —me dijo Claudine.

—Lo siento —susurró mi abuela en mi oído. Ella volvió a insistirme en que cogiera el arma, pero de nuevo me negué, haciendo que ella la guardara en la cinta que llevaba alrededor de su muslo derecho.

—Tranquila, lo sentirás más si me tengo que llegar a cargar a uno de los que están ahí dentro. —Era mi abuela, pero no pensaba permitir eso por parte de nadie.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Nov 11, 2022 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Destrúyeme [En Proceso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora