32. Ordenando

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Edad: 20 años

Connor sabía a lo que venía.
Sabía lo que debía hacer y decir.
Sabía lo que iba a presenciar.
Sabía a quien iba a dejar.
Sabía a quien iba a ver.

Sin embargo, estaba muy nervioso. Y triste.

—Venga, Connor, entremos.

Su padre lo empujó por la espalda suavemente. Un leve deja vu se le hizo presente por tal escena: estaba lloviendo y el internado, que parecía una catedral, se veía antiguo y feo.

Sí. Connor no había pisado ese lugar hacía dos años, había vivido en él la mayor parte de su vida pero se sentía como el primer día que lo vio.

Horrible.

Y es más aún horrible saber el porqué volvía a pisar ese lugar.

Él no dijo nada.

Simplemente caminó a la entrada. No había nadie por los pasillos por los que pasaron; seguramente todos estarían en la parroquia, esperando el momento.

Mierda.

Su corbata le apretaba. Tragó saliva para dejarlo pasar.

Su padre le hablaba, o eso creía Connor, ni siquiera lo podía escuchar. Sus oídos estaban sordos en ese momento, ocupados con los miles de pensamientos y lamentos que soltaba su cabeza.

Él se había preparado mentalmente por dos años, lo había hecho. Sin embargo, nada estaba saliendo como lo planeado.

—Padre.—Dijo Connor deteniéndose enfrente de la puerta que debían abrir. Esa puerta grande y oscura que le haría reencontrarse con quien dejó hace años y a quien deberá dejar por toda su vida.

Su padre lo miró extrañado.

—¿Qué ocurre?

—No puedo entrar.

No puedo verlo.

Sí puedes, Connor.—Dijo aburrido.—Adelante.

Connor no podía decirle el motivo de por qué no era capaz de entrar. No podía arruinar a Christian de esa manera.

¿Su padre siquiera le creería? No. Y si lo hiciera, le daría igual, él sabía perfecto como eran los curas de pervertidos, solo pensaría que Christian era uno más.

Y él no lo era.

—Espérame un momento.—Connor sacó su teléfono.—Necesito hacer una llamada.

—¡Connor! ¡Están esperando por nosotros!

—¡Qué esperen, entonces!

Se alejó de la puerta. Caminó un poco y esperó a que la llamada fuera atendida.

—¿Sí?

Connor cerró los ojos al oír su voz.

—Liam.

—Sí.

—Yo...No puedo hacerlo.

—¿Qué no puedes hacer?

Connor nunca le había contado sobre Christian. Pero...

—Yo...—Se pasó la mano por el pelo.—No soy capaz de ver a una persona, Liam.

Liam se quedó un rato en silencio.

—¿Quieres que vaya?

Connor negó rápidamente.—Me encantaría pero sería mejor que no.

—Oye, mira, si no te sientes seguro por algo, no lo hagas. Eres libre de decidir.—Liam le dijo.

Connor asintió.

—¿Es tu padre? ¿Te está obligando a hacer algo que no quieres?

Connor miró el techo.

No lo estaba obligando en sí, pero era su deber estar ahí como futuro heredero. Él controlaría todo aquello cuando su padre no estuviera.

—No...—Suspiró.—Será rápido. Cuando vuelva a casa espérame con mucho alcohol y los brazos bien abiertos porque estaré muy deprimido.

Liam rio en la otra línea.

—Bien, debo ir a comprar ahora algo para los gemelos, pasaré comprando los zumos que juntas para los cócteles.

—¿Vas a ir a visitarlos?

—Es su noveno cumpleaños.—Contó Liam.—Mierda, ¿en qué momento crecieron tanto?

Connor rio.

—Pásala bien con tus sobrinos.

—Volveré rápido a casa para esperarte.

—Gracias, amigo.

—No es nada.

Connor colgó y trató de respirar.

Estaba más tranquilo pero eso no le quitaba que no quería entrar a presenciar eso.

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No somos pecadores (2.5)Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon