51.

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Connor miró por cuarta vez en aquella mañana la cuenta de su tarjeta.

No había gastos.

Había pasado cinco días y no había ningún déficit de dinero. Seguía intacto.

Christian no parecía haber aceptado el dinero, supuso. Posiblemente recapacitó y prefirió quedarse en el internado con Phillip. De cualquier manera, no lo sabía. Si Christian hubiera comprado algo, por lo menos Connor sabría sus movimientos, qué hacía y cómo se encontraba.

En teoría.

Aunque sonara completamente acosador.

—Necesito que vayas a Canterbury.—Su padre le dejó unos papeles en la mesa de su escritorio antes de mirarlo con ceño fruncido.—¿Qué miras con tanta atención?

Connor guardó su teléfono.

—Nada importante.—miró con rareza e interés el informe.—¿Para qué tengo que ir?

Connor detestaba hacer viajes. Sobre todo a sitios que eran como pueblos, no había nada interesante y normalmente los internados estaban aún más alejados del centro del lugar, situados a las afueras. A él no le gustaba hacer viajes solo a sitios tranquilos. Era relajante sí, pero también le hacía sentir solitario.

—Tienes que ir y recoger el recuento de alumnos internados y sus padres. Empieza un nuevo curso. Nuevo año, nuevos niños.

—¿Y no puedes pedir que te lo envíen?—Se apretó el puente de la nariz, agotado. No dijo nada pero la culpa lo estaba matando.

El hecho de saber que su padre quería saber los niños nuevos que había para luego quitarles todo, incluida la vida, a sus padres...Era horrible.

—Sí, pero queda mucho mejor que uno de los dos vaya como representante que se preocupa por los clientes.—Respondió su padre, todo un hipócrita.

Connor asintió y disimuladamente volvió a sacar su teléfono por debajo del escritorio y buscó la aplicación de grabar voz.

—Papá, ¿puedo saber qué ocurre con los niños una vez que acabas con los padres?

Era increíble que estuviera preguntando aquello como quien habla del tiempo.

David Worren sonrió alejándose y fue hacia la puerta.

—Oh, mi niño, yo no acabo con los padres, solo cobro lo que merezco...De todos modos, aún no estás listo para saberlo.—Su padre abrió la puerta.—Tienes que ir hoy. Cuánto más pronto hagas el recuento, más rápido podremos terminar. Faltan varias instituciones. Yo me encargo de la mitad, tú de la otra. Te enviaré  tu próximo destino en un rato.

Connor dejó de grabar.

Su padre era condenadamente listo.

(...)

Un mensaje en su cuenta sonó cuatro horas después.

Connor había hecho sus mandatos en Canterbury y se encontraba conduciendo a Wingham antes de que cayera la noche.

—Veamos...—Desbloqueó su teléfono y miró en qué se había gastado quince libras.

Connor hizo una mueca cuando solo observó el nombre de una pizzería.

Bueno, por lo menos sabía que Christian estaba alimentándose con los caprichos que se le antojaban.

Un sentimiento de pena le invadió.

Él podría estar con Christian comiendo pizza, tomando Coca-Cola y viendo películas o series ridículas mientras le daba caricias en su cabello rizado; no conduciendo a otro jodido pueblo para condenar a personas inocentes.

Aunque, según los informes, los padres de los alumnos no eran santos de devoción. La mayoría pertenecían también a negocios ilícitos tanto como su padre. Sin embargo, eso no quitaba el hecho de que sus hijos no tenían la culpa de la maldad de sus progenitores.

Como sea, todo esto debía terminar. Connor no permitiría que ese año terminaran con más vidas.

Así su padre lo considerase una limpieza de mal. Porque eso era para él: los niños eran personas que crecerían para llevar los negocios turbios de sus padres, siendo enemigos y los que perpetuarían más los negocios ilegales.

Tenía sentido, en cierto punto. Pero no eran las formas.

(...)

—¿Cuándo vuelves?

Connor se miró en el espejo arreglándose el cabello y se encogió de hombros.

—Estaré un tiempo fuera, aún me quedan varias sitios a los que ir.—Miró a Liam por la pantalla.

Su amigo resopló y rodó sus ojos avellana.

—Sabes-

Unos gritos de guerra sonaron por la línea y Connor y Liam fruncieron el ceño.

Unos niños corrieron por detrás de Liam, quien parecía estar acostado en un sofá.

—¿Podéis dejar de gritar como monos salvajes?—Les dijo el rubio.—Incluso ellos tienen más educación y modales que vosotros.

Connor observó la escena.

Los gemelos se acercaron a él por la espalda.

—No eres divertido.—Dijo uno de ojos azules.—Hasta mi padre que es mayor que tú se comporta más como un joven. Eres un señor.

Connor alzó las cejas, incrédulo de la altanería del niño.

—Mateo, no tienes el derecho de hablarme así. Tienes que respetarme.

—¡Tú eres el que nos ha dicho "monos salvajes" en primer lugar!

Liam se pasó una mano por el rostro, frustrado.

—Oh, por Dios.—Cerró los ojos, tratando de calmarse.

—Podrías jugar con nosotros.—Dijo el otro gemelo, de ojos verdes.

Parecía más calmado.

Connor no los conocía pero Liam les había hablado alguna que otra vez de ellos. Él debía ser Rubén.

Liam lo miró con desdén.

—Desde luego eso no va a pasar.—Respondió.—Ahora iros con vuestros jueguecitos a otra parte. Los adultos estamos hablando.

Connor le iba a decir que estaba siendo un idiota por...

—Mis hijos pueden jugar donde les dé la gana.—Una voz resonó por delante.—Están en su casa. Tú eres el que no debería estar aquí.

Connor asintió. Precisamente por eso estaba siendo un idiota. Ni siquiera era su casa y estaba dando órdenes.

La cara de Liam cambió y sonrió a la persona que acaba de decirle, básicamente, que era una molestia.

—Darío, por favor, sé que te encanta que esté aquí y le dé vida al hogar.

—Te aseguro que no.—Le dijo Darío.

Connor decidió ponerle fin a la llamada y dejar que Liam pasara su rato en familia. O lo que fuera eso.

Se tumbó en la cama y miró el techo.

Sí, definitivamente él estaba solo.

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No somos pecadores (2.5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora