Capítulo 2

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Bartholomeu

Las cuatro treinta de la mañana cuando me levanto, entro al baño, lavándome el rostro y los dientes, antes de buscar una pieza de ropa deportiva, junto a los tenis.

Ato las agujetas tomando el reloj inteligente, colocándolo en la muñeca bajo hasta la cocina donde busco una botella de agua la cual ingiero en su totalidad.

Salgo iniciando un trote suave. Está oscuro, solo los faros de luz alumbran la propiedad, el cielo conserva las estrellas y la luna.

El lugar, el momento perfecto.

Amo la soledad.

A esta hora todos están durmiendo, por lo que, bajo las escaleras de dos en dos, siendo precavido de en el camino no chocar con ningún objeto.

Aumento el ritmo del trote saliendo de la propiedad por el camino de piedra y cemento creado estratégicamente por mí.

De pronto dejo de sentir el paso de mis propios pies porque la velocidad es mucha, la capucha cubre mi rostro, el corazón galopa fuerte en mi caja torácica, aumento la velocidad cada segundo, los músculos protestan, el sudor adhiere la ropa a mi cuerpo.

Avanzo por toda la carretera introduciéndome en la pista más cercana donde los camiones comienzan a transitar, listos para trabajar, donde algunas personas pasan por mi lado al yo adelantarme, ellos caminan, trotan, yo corro.

Algunos me reconocen, de lejos muestran el respeto por mi persona, deteniéndose cuando paso o abriéndome camino.

Es la misma rutina, las calorías quemadas, es la misma secuencia en tiempo perfecto.

Doy todo de mí para hacerlo como tengo previsto, no puede fallar, tiene que ser impoluto en todo momento.

Continúo por la carretera, tomando la otra solitaria, volviendo al camino que construí.

La oscuridad de la madrugada comienza a ser mucho más clara. Vuelvo a mi propiedad dándole diez vueltas hasta entrar de vuelta a casa, subir las escaleras a la misma velocidad.

Cinco treinta de la mañana, perfecto. Ni un minuto más, ni un minuto menos, he hecho todo en el tiempo correcto, en el tiempo que estipulé hace años, el día que fallaba trabajaba en el, encontrando ese pequeño percance hasta perfeccionar lo que hoy es un el mejor tiempo en recorrer diez kilómetros.

Merezco un Güinness World Records.

Tallo todo mi cuerpo, el cabello con el champú de la mejor marca, usando el agua indicada, la necesaria, cerrándola en lo que peino todo el cabello oscuro que tengo en la cabeza.

Salgo con una toalla envuelta en la cintura en lo con otra me seco la cabeza, buscando el atuendo que debo usar hoy.

Vestimenta tradicional. Sobre mi cuerpo yacen un pantalón de vestir sin ser ajustado, camisa de mangas abotonada hasta el último botón, mis zapatos negros y el turbante como de costumbre una vez el cabello está menos mojado. La túnica está doblada sobre la cama, en su lugar habitual, lista para que la tome, así lo hago en mi antebrazo.

Bajo con el maletín en manos, la cabecera de un comedor para doce personas, presido, de madera pulida, tallada, sin un gramo de suciedad.

Esto es perfecto, así como el desayuno junto al iPad con las últimas noticias.

—Buen día, señor —saluda la empleada, inclina el cuello en señal de respeto, dirigiéndose a mi puesto.

El protocolo se sigue, busca permiso, solo extiendo la mano y es una costumbre de nuestra región hacerlo, por ello besa el dorso, llevándoselo a la frente.

INFAMES ©Where stories live. Discover now