Capítulo 19

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Yvonne

Al demonio con Bartholomeu o Essoh, como le llamen, al demonio con el resto de los Hamilton y al demonio con esta maldita casa que no tiene ninguna salida libre.

He tratado de ver las ventanas, están condenadas, con hierros fuera, la puerta ni con artilugios se abre, la ventana del baño tampoco. En últimas termino desesperada, dejando escapar un grito de frustración, ansiedad y desespero.

No me voy a poner estos trapos de abuelas, los pisoteo en la alfombra mullida que abarca todo el piso de la habitación del infierno, tiro de la tela en medio de un ataque de ira, desgarrándola y lo poco que hay como adorno, sobreviven menos.

El encierro solo me sofoca, no me gustan los ascensores a largo tiempo, menos los espacios pequeños, surge lo que parece ser claustrofobia cuando permanezco en ellos.

El tocador de mujer lo abro, no hay nada, solo gavetas, ni cepillos, nada, barro dentro del baño, solo un jabón, abro el clóset, vacío, vuelco la habitación, haciendo ruido estridente, agacho el cuerpo en la alfombra con temblores sin iguales, unos más fuertes que otros.

Continúo con la batalla y aunque la cama toca hasta el piso de la alfombra, distingo mi maleta bajo ella.

Ruedo el colchón, desnuda, levanto la cama hasta voltearla también, jalo la maleta y con desespero la abro, solo encontrando unos estúpidos jean, camisa blanca y zapatillas deportivas por igual.

Traje más de cuatro maletas, las joyas no están, ni mis tarjetas de créditos, dinero, tacones, nada, la ropa más ancha que eché, todo lo que podría ser repetitivo, como si quisiera reducirme el glamour.

—¡Que te den, maldito negro mutante! —rujo, cogiendo lo que hay.

Tampoco está mi ropa interior, no me importa.

Entro en el jean claro, ato las agujetas de las zapatillas, doblo las mangas de la camisa.

Empujo el tocador con dirección, a la puerta, tomo impulso para golpearla, intentándolo mil veces sin logran cometido más que un leve quiebre en la madera robusta y que el tocador se desfleque sin avanzar lo suficiente.

Pateo sin lograr nada y a mí el desespero está subiéndome los dolores en el pecho, el cerebro, en la cabeza.

No quiero estar aquí, no me gusta.

La lejanía, el ambiente, lo que sucedió no sé cuándo, él, todo y yo, taladra las profundidades de mi memoria haciéndome débil.

Golpeo mil veces cuando de pronto el cerrojo se mueve, es obvio que al otro lado alguien lo está haciendo.

Ni bien terminan de retirar la llave empujo la cerradura contra quién sea, abriéndome paso al frío de una noche en lo que parece una segunda planta de algún lugar enorme, dándole la apariencia de ser un museo antiguo.

—Nuestro señor permitió que dé un paseo —avisan en inglés detrás de mí.

Los miro a todos mal, son dos mujeres las cuales se dirigen a mí, intentan tocarme, solo logrando que las lleve contra la pared, sosteniéndola por el cuello a cada una.

—¿Dónde está la cocina? —inquiero irascible, los dientes apretados con las manos tensas.

Ambas maniobran quitándome de encima, se van contra mi retorciéndome la muñeca y giro en dirección opuesta, volteando sus intenciones.

—Tiene prohibido salir de aquí —jadea por aire quién sea que se oculte bajo un estúpido pañuelo.

Patéticas, al igual que todo lo que las rodea.

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