Capítulo 17

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Yvonne

Arrastro los pies en la pista de aterrizaje. Después del acontecimiento de ayer, quedé sin escapatorias y heme aquí, caminando a quien sabe dónde, seguro donde el demonio echó las tres voces.

Tengo mucho sueño.

Sucedió de nuevo, el ataque de asma, me cuesta llamarlos así, las píldoras que tomo suelen dejarme atontada, por lo que dormí desde la noche hasta la mañana y solo desperté a comer, pero en mi casa, no en la mansión.

Comer y dormir me genera ansiedad, desespero, más cuando presiento que soy acorralada.

Por más que ideé miles de escapatorias en el sentido de estar más preparada, ninguna resultó.

Lo llamé, escribí y busqué, más el mutante se negó o desapareció de la faz de la tierra.

Necesito dejar los términos claros de este matrimonio, en aguas limpias se nada sin peligro o marea.

Pasamos la seguridad del aeropuerto, ahora nos acompañan a la pista de aterrizaje, hombres de negros que ni voltean a ver una mosca, parecen robots.

—Vámonos de aquí —escucho a Joe quejarse.

Me duele horrible la cabeza, su voz es irritante, peor todavía.

—A ti nadie te pidió que vinieras —corto sus pataletas —. Lárgate, deja de quejarte que no sirves para nada, lo único que sabes hacer es retrasar.

Vienen tras de mí, George, Victoria, el infeliz de Joe, junto con Luisa.

A cargo de alguien tenía que quedarse Rhys, Ethan y Emily se quedaron, Darlies enfermó con fiebre.

Mejor así, mientras menos son, menor es la carga.

—¡Se dice gracias, maldita perra malagradecida! —vocifera histérico. Anoche rompió un espejo, destrozó adornos y se agredió el mismo después del maldito compromiso —. ¡Estoy aquí no por gusto, sino porque papá me obliga!

Juego con el diamante rojo en mi dedo, se hace pesado tenerlo, sin embargo, es costoso, fino, grita alcurnia, sin contar con que adoro restregárselo a Joe.

—Sigue bajo las bolas de George —encojo un hombro, pisando la escalerilla del Jet, sin mirar atrás —. Peores cosas me han dicho, remodela tu repertorio, que el que vengan o no vengan me da lo mismo.

Luisa está temblando a mi lado, cree que soy estúpida, se volvió mi mano derecha, sin embargo, últimamente ha tenido comportamientos muy extraños.

Ayer Bartholomeu llegó sin llamar, sin ser avisado, ¿Cómo lo supo? No lo sé

Una única persona conoce mi rutina.

—¿Pasa algo, señorita Hamilton?

Sigo observándola, poniéndola más incómoda todavía.

—Luisa, ¿Alguna vez has escuchado de las historias primitivas?

Se rasca el cuello, pasa saliva, desde aquí puedo escuchar los latidos de su corazón.

Ingreso al interior del avión, todo es cuero, lujos, espacios, derroche de fijas punzadas en las telas de mullidos cojines a base de hilos de oro.

Pantalla plana, sofás camas, cuenta con mini bar, hay puertas.

—Sí, señorita Hamilton.

Curvo los labios, tranquila, pacífica, muy relajada.

—Investígame las listas de castigos hacia los traidores.

Palmeo su cara, apartándome queda confundida.

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