Capítulo 7

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Yvonne

Mantener la compostura es algo que se me da sumamente difícil, suelo explotar cuando algo no me agrada, no me gusta o es choqueante para mí, sin embargo, me veo en la obligación de recurrir a la parte más calculadora en mi cerebro en lo que ideo el siguiente paso a dar y por otra parte imagino cómo será arrancarle la lengua a quién haya hablado demás.

Los traidores se les mata y a los habladores se les deja sin habla.

Tomo mi bolso, comienzo a guardar mis objetos personales bajo la atenta mirada de Mason. El contorno que salvaguarda los ojos toma un color rojizo, no voy a llorar, eso es demasiado para un escalón como él, sino intento darle a demostrar que sus palabras me ofenden, cuando en verdad no me importa lo que se diga de mí, menos cuando no me conviene.

—¿No vas a contestar? —insiste. Elevo el rostro enfurecida y ofuscada, basta eso para que se calle, hago temblar la barbilla, doy a entender que quiero alegar, más la indignación del momento, lo que supuestamente siento, se hace presente impidiéndome la acción —. Yvonne, oye, no tienes que ponerte así, la verdad lo lamento, es solo que...

De pie, saco dinero dejándolo sobre la mesa.

Van a pagarme cada centavo gastado por la incompetencia de quién se hace llamar mi padre. Estoy odiando tener que pagar lo que yo no pedí.

Trabajo solo para mí.

—Eres igual a todos, Mason, señalan y juzgan. Alguien como yo no tiene derecho a ser feliz —comento, todo se trata de fingir, desde el llanto que no se derrama, hasta la decepción expresada.

Agranda los ojos, incluso aparta sus gafas de leer antes de tallárselos.

—Yvonne, no se trata de solo eso, por favor, siéntate y hablemos —señala la silla desocupada.

Tomo la servilleta limpiándome los esquineros de los ojos.

—Lo siento, Mason, pero yo no tengo nada de qué hablar con alguien que piense semejante cosa de mí —declino.

Ando hacia la salida sin mirar atrás. Fue improvisado, no tenía ninguna as bajo la manga, pero no hay nada que yo no haga que perfecto no salga y sino viene detrás de mí justo ahora, mañana mi enorme mansión estará llena de regalos estúpidos y cursis.

Lo importante es saber quién me está vendiendo o jugando sucio. No sé qué es lo que sucede, porque tengo esta comezón en las palmas de mis manos, como saboreo en mi propio paladar al imaginar un castigo vecino.

Disfruto enaltecerme sobre los demás, como la diosa que soy, pero si de algo disfruto es ver a los súbditos suplicar por una piedad y un perdón que no concederé.

Un mano toma mi brazo con suavidad, reconozco el tacto del patético de Mason cuando llego al estacionamiento.

Vamos a volver al show.

—Yvonne, no te vayas así, solo escucha —continúa insistiendo.

En verdad tiene esperanza en la supuesta relación que se ha formulado él solo, en lo que imagina. Para Mason no se superan las etapas y sigue siendo el mismo adolescente puberto de siempre.

Pobre diablo.

—¿Qué tengo que escuchar? —increpo —. ¿Qué por la fama que tengo te dejas llevar por lo primero que llega a tus oídos? Ya sé, han creado un nuevo chisme sobre mí, uno más a los miles y cientos de miles que encabezo, desde que soy una grosera, amargada, maleducada y ahora aprovechada —enumero, toca pues, toca dejar escapar una lagrimita, pequeña y escasa —. No, gracias, ya yo no estoy para esos dramas.

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