Capítulo 16

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George

Sin nada que hacer, doy vueltas en la oficina de la casa, tengo el escritorio repleto de papeles, cuentas bancarias casi en cero, el cobro de la hipoteca cercano, papá necesita tratamientos especiales e Yvonne cada vez está peor.

Los ataques de mi única hija son constates, asunto preocupante para todos, incluyendo a Joe.

El aludido se mira en el espejo, donde con suma delicadeza se limpia el labio partido.

—Insisto en que ese sujeto no es de fiar, papá —continua con el mismo asunto.

Relleno el vaso de licor, bebiendo una vez más.

—Déjate de quejaderas y niñadas, Joe —espeto golpeando el escritorio, una vez más he estado encerrado casi escaso de escapatorias —. No es nada que Yvonne no haya hecho antes.

Furioso, suelta el algodón, viniendo apoya las manos sobre la madera, con gesto desfigurado a base del enfado, la molestia y repulsión.

—Sino lo recuerdas, por tu culpa se tuvo que llevar a ese lugar —la presión ejercida entre sus dientes al hablar, rechina, haciendo que de la boca escapen pequeñas chispas de saliva.

Relajado en la silla, vuelvo a beber de mi trago. Si en algo se parecen mis hijos a su madre, es en la debilidad, por eso forjé a Yvonne como es. Mi única hija, al menos sí heredó o más bien, adoptó mi carácter.

Le dejo pasar sus insultos, porque con Yvonne no se puede hacer nada, está dañada, sin embargo, Joe y Ethan son dos tontos sentimentales.

—Los recordatorios deberías de hacerlos para ti, hijo —intenta hablar, lo mando a callarse —. Si Yvonne terminó así, fue más por tus acciones, princeso —le palmeo el rostro —. ¿Quieres que te lo recuerde?

Se quita mi tacto de encima, maldiciendo, aparta la cara. Lo salvé, guardé su secreto, Joe me debe la vida, me lo debe todo, es por ello que todavía se mantiene aquí, mientras Ethan es más independiente, centrado, tengo dos hermosos nietos, trabajador, no me tiene tanto miedo como su hermano, pero lo tiene y eso es lo que importa.

A la hora de mantener a todos callados, soy capaz de lo que sea, incluso darle una lección a mi propio hijo.

—Mantengo lo que he dicho, ¿Qué hace ese tipo viviendo en esa casa? —se exaspera, cambiando de tema —. ¿Cómo la obtuvo si se supone que era de la familia esa?

Son buenas preguntas, las acciones de Bartholomeu Gardener dicen mucho, ocultan más, intenté saber, no hallé nada, salvo lo que todo mundo sabe.

—Acuérdate que tenía un sinnúmero de familiares —reviro —. Pasó a mano de alguno y luego fue puesta en venta.

Los nervios se han disparado después de la dichosa pulsera, es una pieza que Yvonne compró hace años, se la obsequió.

No recuerdo haber guardado nada de eso, por precaución moví lo que había en la casa a una caja de seguridad.

—Todas las desgracias empezaron desde que apareció —prosigue —, merodea, obtuvo los terrenos, se ensaña con Yvonne.

Golpeo el escritorio, silenciándolo.

—¡Piensa más allá de la obsesión que tienes por tu hermana!

Joe ya es un adulto, lo suficientemente grande, si casi es un cuarentón, aferrado a lo que no se puede.

—No es una obsesión y lo sabes —refuta —. Yo la amo.

Se le escapan un par de lágrimas, hastiado lo abofeteo.

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