CAPITULO 22: No se lo digas

2.4K 385 205
                                    


Cuando descubrí a Octavio besándose con mi profesora de piano, me sentí mal por un momento, pero luego empecé a notar que en realidad esa tristeza iba acompañada de alivio. Siempre supe que Octavio no era de fiar, había algo en él que no me hacía entregarme a la relación por completo. A menudo me sentía mal por pensar así y por no dar todo de mí. Con su engaño comprendí que, si no me sentía feliz a lado, era porque en verdad existía algo que se cruzaba entre nosotros. Claro que nunca imaginé que fuese mi profesora de piano. 

Sin embargo...

Con Theo no es lo mismo. 

Me siento vacía.

No hay decepción, no hay ira, mucho menos alivio. 

Solo vacío.

Después de verlos juntos, corrí hacia las escaleras, tomé "accidentalmente" su moto y emprendí el viaje hacia la playa. Ni siquiera miré hacia atrás cuando escuché su voz a mi espalda. Se oía desesperada, como si tratara de explicarme lo evidente. No quería excusas tontas que me hagan sentir más estúpida de lo que ya me sentía. O me siento. Tampoco quería empezar con el drama innecesario del "Cómo pudiste, Theo" si era claro que podía y pudo. 

¿Cómo pude pensar siquiera un poco que él iba a enamorarse de mí?

Soy tan tonta. Soy una niña tonta, de hecho. 

He pensado que puedo enamorar a un chico siete años mayor que yo. Y no a cualquier chico. A Theo. Creo que hasta podría ser ilegal teniendo en cuenta la forma en que nos hemos criado todas nuestras vidas. Sin embargo, nada de eso me ha importado. Nada. No desde el primer momento en que lo vi al bajar del ferry. 

Al principio no entendía. ¿Por qué me sentía tan extraña a su lado? ¿Nerviosa? Si de niña había sido casi tan a la par como mi hermano Loann. La única explicación es que mi amor ha ido creciendo y evolucionando al igual que yo. Con los años y la distancia me he enamorado cada vez más profundamente de él. Pero el amor de Theo se ha quedado estancado en el pasado. 

Dejo estacionada la moto a la orilla de la acera y decido caminar a lo largo de esta, sin ningún destino definido. Solo necesitando que un poco de aire y soledad que calmen la revolución de sentimientos que tengo por dentro. 

Después de unos segundos, tomo el camino hacia la plaza y en el trayecto se me ocurre llamar a mi madre. No he hablado con ella en mucho tiempo y necesito escuchar su voz. Que me diga y me expliqué por qué me siento tan mal por el algo que ni siquiera puedo definir por mí misma. 

Ella me contesta al primer timbrazo.

—Mi vida, ¿cómo estás?

—Todo bien, ma.

—Te oyes triste. 

—Nada que un café en una isla maravillosa no arregle. Y eso te lo debo a ti, ma. Lamento no haber llamado seguido —mi voz empieza a entrecortarse—. He sido una hija terrible.

—Cariño, no digas eso. Yo sé cuáles fueron tus condiciones para el viaje.

—No debería siquiera haber condiciones. Sé todo el esfuerzo que les costó dejarme ir y yo he actuado como una tonta.

—Liana, no hables así. Todo ha valido la pena si eres feliz, dime... ¿te la estás pasando bien? 

Hago silencio.

—¿Estás conociendo muchos lugares? ¿Cómo está Theo? —vuelve a preguntar.

Suspiro.

—Theo me ha enseñado muchos lugares. Ha sido muy amable conmigo.

—¿Qué pasa, mi niña? No te oyes bien. Por favor dime. 

Cuando te enamores de mí.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora