14.- Promesas de tinta roja.

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Me esperaba muchas cosas de esa "vueltecita" en Rosita; lo que no me esperaba, por ejemplo, era que el coloso se estuviera refiriendo a un viaje de unos treinta minutos en los que me deja con la espalda hecha polvo y las manos entumecidas por mantenerlas sobre su tripa. Otra cosa que no me esperaba, y que no me hace mucha ilusión, es estar a las afueras de la ciudad... en un complejo industrial apestoso, sucio y vacío.

Jungkook parece entender (en cuanto me quito el caso y me ve la cara) que esta mierda no era la que tenía en mente al aceptar. Ni yo misma sabía qué tenía en mente al aceptar... Bueno, sí, ir a su casa y pegarnos la noche dale que te pego, pero no ha habido suerte.

Ahora parece como si temiera que fuera a largarme corriendo o algo cuando se dé la vuelta —Que no me dé ideas, mejor—, por eso mismo creo que se da mucha prisa en asegurar su moto antes de acercarse a una puerta metálica maltrecha y abrirla de par en par para invitarme a pasar antes que él.

—¿Qué se supone que es eso? —pregunto con la nariz arrugada al ver la luz amarillenta y cálida que sale desde la puerta.

—Un sitio muy especial para mí. Entra, no te cortes —me pide sonriente.

Acabo haciéndole caso (no sin soltar un suspiro cansado) y sorteo el pequeño desnivel que mantiene la puerta con respecto al suelo, encontrándome con un espacio grande, limpio, muy luminoso, lleno de gente y con una de esas jaulas de ocho lados que tanto le gustan al coloso en una esquina de la estancia.

—¿Tu gimnasio? —cuestiono mientras me giro para mirarle al tiempo que entra. No hace falta realmente que me diga que sí lo es, porque la gente que está de un lado a otro, haciendo pesas, abdominales o pegándole a los sacos, le saludan en cuanto pone un pie dentro.

—Sep, ¿qué te parece? Mola, ¿eh?

—Seh bueno...

Mi desganada contestación no hace mella en el chico, que va devolviendo los saludos mientras avanzamos por esta sala hacia una meta que yo no sé discernir todavía; las paredes, pintadas de azul con franjas amarillas, están hechas de hormigón y no de chapa, como se pudiera esperar al ver la entrada; me recuerdan mucho al sitio en el que suelen competir él y Jimin. El suelo está acolchado por una fina capa como de gomaespuma o algo y cubre la totalidad de la sala abierta por parches. Y mientras el coloso va andando, yo voy dando brincos disimulados, comprobando así que es blandito; no tanto como una colchoneta hinchable, pero mucho más que el cemento que de seguro hay debajo.

—Eh, hyung, ¿qué hay? No sabía que te iba a encontrar aquí a estas horas —murmura el coloso, deteniéndose de repente y tapándome por completo a quien sea que se dirige.

—En algo me tengo que entretener —mastica Jimin en respuesta. Lo dice bastante malhumorado, y creo saber por qué...

Si no era suficiente con la manera en que le habla a Jungkook (que se queda un poco chafado por la contestación del rubio), cuando salgo a un lado de la gigantesca espalda que me tapa y el chico me ve, su expresión se vuelve gélida. Para de hacer abdominales para soltar un bufido y quitarme la mirada de encima y todo... Qué dramas aquí mi amigo.

—Deja ya de hacerte el ofendido, imbécil; ya he solucionado tu problemita —declaro un poco molesta por su actitud infantil.

—¿Qué problema? —inquiere el coloso. Pero no recibe contestación alguna, ni por mi parte ni por la del rubio, porque en cuanto Jimin se entera de la nueva buena, se levanta de un salto del suelo y se me tira encima para darme un abrazo, y yo permanezco encerrada, intentando apartarle con un asco que me da escalofríos—. ¿Qué problema? —insiste, con un tono más grave.

—Dios, quita, quita, quita. ¿Cómo puede sudar tanto una persona? —espeto, y, en respuesta, Jimin me da un beso en la mejilla que me deja toda esa zona mojada—. ¡Tío, ya basta! Los agradecimientos en metálico, no en abrazos.

Inked KnockoutWhere stories live. Discover now