22.- Rendición.

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Intento comerme la galleta sin que esos ojos salvajes me provoquen punzadas de incomodidad en las sienes... La cosa está difícil de conseguir; ni mis galletas favoritas en el mundo ayudan a despejar el malestar.

Hoy hace bueno, y como soy básicamente un ficus que necesita solecito de vez en cuando para funcionar correctamente, se me ha ocurrido la brillante idea de salir a comerme mis galletas de dinosaurios aquí en el jardín. ¿A quién me he ido a encontrar? Pues al guardián de las puertas del inframundo, claro, que se me había olvidado que existía para mi grandísima desgracia. Me he visto obligada a refugiarme en el jardincito vallado donde Nam tiene las plantas de tomates, que crecen de la tierra por medio de ramas verdosas y gruesas, y se enrollan en las formaciones de palos que se reparten de tres en tres por doquier.

¿Cómo coño voy a salir de aquí con esa bestia maligna acechando tras la valla?

La posibilidad de intercambiar uno de los tomates de Namjoon en pos de salvar mi vida de ese terrible monstruo gigante se me ha pasado por la cabeza. Pero mi jefe tiene los tomates contados, los quiere más que a todos nosotros juntos, y me da mal rollo siquiera pensar lo que pasaría si se da cuenta que he sacrificado alguno, aunque sea para salir con vida de aquí... ¡Es un asunto serio! Seguro que Nam lo entiende si le explico la situación al detalle.

El bicho gimotea de repente, provocando que esconda la cabeza tras una de esas plantas en las que los tomates crecen ya de manera notoria; no sé con qué fertiliza mi jefe estas cosas, pero sea lo que sea, funciona.

—¿Qué quieres de mí, bestia sedienta de sangre? —cuestiono en un hilo de voz en dirección al "perro".

Y ese Cancerbero, ese esbirro de Satanás que parece un dientes de sable o un lobo salvaje más que un inocente y lindo perrito... se tira de repente al suelo, enseñándome su tripa al tiempo que vuelve a gimotear.

Ya tengo un tomate agarrado por si la cosa se pone fea y tengo que tirárselo al bicho gigante este antes de salir corriendo, pero, aun así, me acerco temerosa —teniendo cuidado de que la valla me proteja las piernas al menos— y estiro una mano más y más hacia la supuestamente dócil bestia.

Me tiemblan hasta los dedos de los pies cuando la punta de mis dedos roza su tupido pelaje negro, pero... para mi grandísima sorpresa, cuando le toco la barriga, la bestia mueve el rabo, saca la lengua, me mira y... deja de darme miedo de repente.



—¡Para! Para ya, tonto —carcajeo, tirada en el suelo.

Me estoy riendo más que en mi vida, y el culpable de esto no es otro que esta masita de pelo negro y ojos gigantes y puros. ¿Cómo me puede haber dado miedo esta bolita de pelo bonachona?

—¿Sonje? —Creo que es Jimin quien me nombra; compruebo que sí que es él una vez me incorporo y Gom le mira también, lanzándole un sonoro ladrido por molestarnos, creo entender—. ¡Llevo buscándote una hora!

—Es que he estado entretenida —me excuso, quitándome una ramita del pelo—. ¿Pasa algo?

—Joder, pues que no sabíamos dónde estabas, ¿te parece poco? —El rubio parece menos tenso una vez camina hacia nosotros y, a la que se acerca del todo, Gom le pega la cabeza a la pierna para que le acaricie—. Te he visto salir del estudio con el desayuno y ya... Hasta te he llamado, pero no lo has cogido.

—Creo que me he dejado el móvil dentro...

—Bueno, estás bien y no te has escapado del trabajo; Namjoonie va a estar aliviado por eso, desde luego —susurra tranquilamente, sentándose en el césped frente a mí justamente de la misma manera que yo lo hago: cruzando las piernas y relajando la espalda.

Inked KnockoutWhere stories live. Discover now