16.- Ley de Gravitación Universal.

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Cógete una semanita libre, Sonie. Estás muy estresada, Sonie. Te hace falta despejarte, Sonie.

Como buena persona que soy, le hice caso a mi jefe; no por ese tema de dejar de currar una semana (para nada), sino porque creía que esa semanita libre iba a ser un cambio agradable después de que el coloso me dejase tirada como una colilla sin dar explicación alguna a que tuviese que irse el día que iba a tatuarle, y que, encima de todo, no haya contestado al mensaje que le envié preguntando si todo estaba bien.

Estoy muy cabreada, no voy a engañar a nadie a estas alturas fingiendo que me siento estupendamente. Siete días viendo dramas me han hecho estar todavía más emocional que normalmente, que ya es decir, y pasarme el finde jugando a juegos de mesa con mis amigas y viendo todavía más dramas, pues no es que ayude a la estabilidad emocional de nadie. Es una de las razones, al menos la principal, de que esté que trino... La otra es por lo de siempre: mi queridísimo ex, que ha decidido volver a llamarme puntualmente cada día. De no ser por esa tiparraca que se le pegó cual superglue a la chepa estoy segura de que hubiera caído esa misma noche.

Le tengo que mandar flores y bombones a la tiparraca para agradecerle el detalle, que no se me olvide.

Gruño al encontrarme que la verja que da al jardincito de entrada al estudio está cerrada por primera vez en la vida, cosa que me obliga a sacar las llaves del bolsillo antes de lo que me esperaba tener que hacerlo. Tampoco es que sea el fin del mundo... pero casi. Abro la verja (con una patadita desdeñosa) y dejo que se cierre a mi espalda sin mirar atrás... Y de repente siento... una presencia.

Algo corta el aire a mi derecha en cuanto entro al terreno de la casa. Es como una premonición que me deja sin poder respirar.

¿Un fantasma? ¿Un espíritu? ¿Una entidad de otra dimensión?

Escucho unos pasos pesados por el césped y, congelada, giro la cabeza lentamente esperando encontrarme al muñeco diabólico o a la niña del exorcista corriendo hacia mí; lo que me encuentro, por otro lado, es algo mucho peor. Una criatura de pelo negro, gigante y de colmillos afilados corre... Y lo hace directamente en mi dirección. Me quiere matar; sus ojos oscuros y malvados me lo dicen... Es Cancerbero; es el guardián de las puertas del inframundo; es un jodido esbirro de Satanás.

No hay otra cosa que pueda hacer si es que quiero mantenerme con vida, por lo que me doy la vuelta a toda hostia para intentar abrir la verja, pero el seguro se ha echado solo cuando la he dejado cerrarse. Como si de una peli mala se tratase, las llaves se me escapan de las manos por culpa de los nervios y chocan contra el camino de baldosas del suelo... mientras el que será mi asesino se acerca más y más.

—¡¿QUÉ COÑO ERES TÚ?! —grito cagada de miedo, echando a correr cuando el esbirro de Satanás suelta un alarido violento.

Bordeo la casa sin dejar de chillar a todo volumen; ahora no consigo formar ni palabras completas, solo una vocal, en realidad: la a. Aunque la grito tan alto y agudo que suena más bien como una nota de violín.

El bicho me persigue, y a pesar de que corro con todas las fuerzas de las que dispone mi cuerpo, sé que me dará caza en un minuto como mucho. Por eso, nacido del puro instinto de supervivencia, a mi amada vocal predilecta se le unen dos consonantes más.

—¡NAAAAAAAAAM! —exclamo, casi lloriqueando, cuando llego a la parte trasera del jardín.

Ruego por mi vida en idiomas que ni se han inventado todavía, grito más alto de lo que lo he hecho jamás y creo que hasta rezo un poco en medio de mi carrera por salvar la vida.

Como un ángel, una visión etérea que me hace tener esperanzas de no acabar en las fauces de ese ser indescriptible, un chico alto, rubio y con gafas aparece por fin; lo hace seguido de más figuras, pero no me fijo más que en él: en mi salvador.

Inked KnockoutWhere stories live. Discover now