24.- Dos a dos.

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¿Estoy despierta?

¿Sigo soñando?

¿Por qué no estoy... durmiendo sola como siempre?

Hay mucha más luz que en mi apartamento, quizás por eso me cuesta todavía más que normalmente abrir los párpados del todo; este colchón es demasiado blando y me hundo más de lo que lo hago en el mío. Aunque lo más raro de todo este sitio llega al momento que intento restregarme los ojos y me doy cuenta de que no voy a poder porque... algo, me mantiene los brazos fijados al colchón.

Unas manos se agarran a las mías, y, siguiendo el recorrido que me guía por sus muñecas, sus brazos medio descubiertos por las mangas subidas, sus hombros... acabo dando con una cara masculina en frente. Ojalá fuera una cara corriente, pero me temo que ese ángulo obtuso que parece prácticamente esculpido por las manos de Miguel Ángel no es lo que se dice común... Ni esos mechones enredados que caen por una piel tan suave como lo debe ser el tacto de una nube; si las nubes se pudieran tocar y eso... ¿Qué estoy pensando? Pues no me queda muy claro.

A pesar de que veo que sigue dormido, no cabe duda de que me tiene encerrada muy fuerte entre sus dedos, ya que apenas puedo mover las manos bajo su agarre.

El coloso. Es él... He dormido con él, y ni siquiera follamos antes ni nada.

Sí, sí, eso es malo, pero es que... míralo qué mono está dormidito.

Pobrecillo; aunque su cara muestre la paz propia del sueño, está hinchadísima, con muy mal color, llena de heridas superficiales e incluso de sangre que habrá expulsado esta noche y se seca en su ceja y sus mejillas. La almohada que descansa bajo su cabeza también tiene pequeñas salpicaduras del líquido granate, lo que me hace saber que ha debido moverse demasiado mientras dormía, abriéndose las heridas.

Me da pena verle así, y eso que sé que está bien; todo lo bien que puede estar tras la paliza que le pegaron. Deberían mandar a la cárcel al cabronazo que le hizo esto.

¿Por qué me parece tan adorable si solo está durmiendo? Supongo que es por la manera en que sus manitas se agarran a las mías así: como si no quisiera que me escapara sin que se diera cuenta. Es como un niño pequeño; uno que mide metro ochenta, está hasta el culo de tatuajes y se pega hasta dejarse medio muerto como profesión. Uno que, a pesar de dar miedo de primeras, es un blandito muy tierno, aún más terco, infinitamente más divertido. Uno que me hace... querer sonreír.

Sonrío, sí, efectivamente; lo noto en los músculos de la cara que, incluso estando todavía un poco sedados tras las ocho horas de descanso, se ensanchan a la altura de las comisuras de mi boca.

—Oh... —exhalo sin querer, porque, de repente, ya nada de esto me hace gracia: ni haber dormido con él sin que haya habido polvo de por medio, ni que me sujete así, ni que... a pesar de que nada de esto me divierta, siga sonriendo.

Mal asunto, Sonje, malo, malo, malo... Espantoso.

¡Para inmediatamente de sonreír, capulla!

Intento retirarme de sus manos con cuidado, pero me tiene enganchada con demasiada fuerza. Logro quitarme, eso sí, con un pequeño tirón seco que no le hace inmutarse... y menos mal.

En cuanto me quedo de pie y cojo mi móvil de la mesita de noche en mi lado de la cama, entro un poco en pánico; no sé qué debería hacer primero. ¿Me visto? ¿Me voy tal cual estoy? ¿Me tiro por la ventana? No lo sé, todos parecen buenos planes. Lo que hace que me decida, sin embargo, es algo mucho más sencillo que todo eso: mi vejiga, que amenaza con reventar de un momento a otro.

Bajo las escaleras en silencio, mirando por encima del pasamanos que Jungkook siga dormidito y tranquilo, y me interno en el baño para desahogar la presión de mi vientre. Me bajo las bragas, me siento... y no me sale. Tengo una patología que, espero, sea común: vejiga tímida. No consigo mear si estoy acompañada o sé que hay alguien cerca de la puerta del baño. Pero ahora estoy sola, la casa entera está en silencio, y no consigo hacerlo igualmente.

Inked KnockoutWhere stories live. Discover now