capítulo 125: séptimo año: navidad (parte dos)

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El suelo tembló y Remus cerró los ojos con fuerza, boca abajo sobre los adoquines. Todo después de ese momento, ver las cabezas de Lily y James girar, antes de que el edificio frente a ellos explotara, todo después de eso tenía tan poco sentido. Todo pasó demasiado lento o demasiado rápido, y Remus descubrió que no reaccionaba de la forma habitual: estaba débil, asustado, su comprensión confusa. Se sintió aturdido.

Levantaron la cabeza, él y Sirius, mucho tiempo después de que todo se calmara, cuando la gente a su alrededor ya estaba de pie y gritaba o lloraba. Definitivamente alguien estaba llorando, una mujer. Ella parecía ser la más ruidosa de todos. Y alguien se estaba riendo también, una carcajada fina y afilada en la distancia, pura alegría.

El Callejón Diagon había sido bombardeado. Las tiendas que habían sido destruidas eran como dientes rotos en unas fauces abiertas; extrañas manchas azules del cielo donde debería haber algo más. Era difícil ver mucho más allá del nivel del suelo, pero entrecerraron los ojos a través del polvo que se asentaba más abajo en la calle hacia Gringotts, de donde parecía provenir la mayor parte del ruido.

— ¡Ustedes dos! — Siseó una mujer, acercándose a ellos por detrás, hurgando entre los escombros, con la varita levantada. — ¡Detrás de mí! — Ella se adelantó. Su túnica era de color granate oscuro, un uniforme de auror.

— ¡James! — Sirius se atragantó, su voz extraña y estrangulada por el terror. Se puso de pie con dificultad, su túnica toda polvorienta y su cabello lleno de hollín. Medio corrió, medio tropezó, hacia el agujero en el cielo donde había estado la tienda de suministros de quidditch, minutos antes.

— Sirius no... — Remus tosió, débilmente, siguiéndolo, sintiéndose estúpido y pesado.

— ¿¡James!? — Sirius estaba gritando, pero mucha gente gritaba.

— ¡Sirius! — Remus tosió de nuevo, tratando de mantenerse al día, pero se había lastimado la cadera al caer a el suelo, sus oídos aún zumbaban, y sus ojos estaban empezando a ponerse borrosos mientras se limpiaba las lágrimas con sus polvorientas muñecas. — Sirius...

— ¡FUERA SANGRES SUCIAS!

Remus cayó de rodillas, tapándose los oídos, y no fue el único. La voz parecía estar justo detrás de él, dentro de su cabeza, estaba en todas partes. La multitud quedó en silencio, finalmente, mientras todos miraban a su alrededor, parpadeando, buscando al dueño de la horrible e insidiosa voz.

Lo que sea que estuviera pasando, estaba pasando más lejos, Remus podía oler la magia ahora, y ver rayos de luz disparando a través de la nube de polvo que rodeaba a Gringotts. Podía oler a Moody y ... ¿Ferox? Quizás él. Y a los mortífagos. A algunos los reconoció, a otros no, pero estaban allí, y habían muchos. ¿Dónde estaba Sirius? Las ruinas de la tienda que había estado frente a ellos seguían sangrando humo, y Sirius se había metido directamente en ellas, el idiota.

Apretando los dientes y sin un poco de dolor, Remus se puso de pie de nuevo. Tenía que encontrarlos.

Los gritos de la batalla se hacían más fuertes, más desesperados; la mujer que le había ordenado a él ya Sirius que regresaran se había unido, y la conciencia de Remus le dijo que debía ir a ayudar. Pero James, Lily y Sirius...

— ¡Morsmorde! — La misma voz habló, cerca y lejos.

El humo que llenaba la calle parecía retorcerse y oscurecerse, expandiéndose y arremolinándose hacia arriba para formar una enorme serpiente entrelazada con una calavera negra de ojos huecos y gritos.

— ¡Es él! — Un hombre cerca de Remus gritó: — ¡Ya sabes quién!

— ¡Silencio! — Alguien más lo hechizó para que se callara. Una quietud extraña, más destellos: azul, verde, amarillo, rojo y luego ...

All the young dudes - españolWhere stories live. Discover now