Capítulo 2: Pérdida

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Dos centauros avanzaban entre la espesura del bosque, sintiéndose mal al saber lo que iban a hacer.

Eran una chica y un chico; Ginea y Kurt. Ambos llevaban la misma armadura con el símbolo de Nurcuam el Oscuro: unos cuernos curvos y negros coronados por una corona de espino. Sabían lo que aquella estampa representaba; era el símbolo de la Dama Negra, la representación del mal en su estado más puro. A ninguno le hacía la más mínima gracia tener que llevarla, y menos gracia aún les hacía verse obligados a servir a Nurcuam.

Continuaron caminando un rato por el bosque. Les resultaba muy difícil avanzar, y les pareció que los mismos árboles se interponían en su camino, como si intentasen detenerlos. Parecía que la floresta conspirase contra ellos, pensó Kurt, pero, ¿no eran ellos los que conspiraban contra la misma corona de Norüem? Qué raro sonaba aquello. Y sin embargo, parecía que la gran arboleda detectara que el Rey y su familia estaban en peligro, que el mismo Bosque de Norüem lo estuviera. Y es que la floresta necesitaba el alma del rey para ser fuerte y poder vivir en todo su esplendor. Si el rey moría y no había una sucesión, el bosque languidecería hasta el punto de morir.

Y aquello encajaba perfectamente con el plan de Nurcuam.

Ginea movió su oreja derecha. Sí, aquello era un leve ruido de pezuñas, no había duda alguna. Le dirigió una mirada a Kurt. Él la captó al instante.

Ginea, con pesar, sacó el arco que llevaba colgado de la espalda. También sacó una flecha de su carcaj. Kurt la miraba horrorizado. Molesta, Ginea le espetó:

- No te creas que quiero hacer esto. Pero sabes lo que pasará si no lo hacemos.

Claro que lo sabía. Pero Kurt no lo reconocería. Nunca.

- Están en misión diplomática...No se lo van a esperar...- argumentó Kurt, pero fue en balde.

- Por lo que más quieras, cállate y no digas nada- ordenó Ginea a su compañero, mostrando una rabia que en realidad no sentía.

Puso la flecha en su sitio y tensó el arco. Cerró los ojos. Notó que lloraba, pero daba igual. Ya estaba decidido su destino, y no podía luchar contra aquello.

Kurt, por su parte, se había tapado la cara con las manos, incapaz de mirar. No podía ver a su amiga cometer aquel crimen.

La densa vegetación los ocultaba ahora, pero no por mucho tiempo. Ginea sabía que apuntaba en la dirección correcta. Y ya no pudo más... Y disparó.

A su vez, cuatro flechas más, desde otros puntos cercanos, fueron disparadas de sus arcos y fueron a clavarse directamente en los corazones de los centinelas. Y así, sin más, los reyes quedaron sin su protección.

La flecha que Ginea había lanzado surcó el aire, rápida y silenciosa, una saeta de plata que parecía un rayo mortal. Abandonó su escondite, y llegó a un pequeño claro de suelo arenoso. Rápidamente, tan veloz que nadie la vió venir, se clavó en el corazón... del mismísimo Rey Brioso.

La Reina Herive y su hijo, el Príncipe Swend, se acercaron un momento a ver qué había sido del rey. El pequeño era apenas un cervatillo de patas débiles y suave pelaje castaño con motas blancas; al ver el cuerpo de su padre en el suelo, inerte, y al llamarlo y ver que no respondía, algo se quebró en su interior.

- ¿Papá?- llamaba, con vocecilla temblorosa.

Su madre comprendió rápido lo que había pasado, al ver que en los cuerpos de los elfos que los acompañaban también había flechas. Un crujido entre la densa vegetación confirmó sus sospechas: no estaban solos.

- ¡Corre, hijo!- gritó, y salió al galope, con el pequeño cervatillo detrás suyo.

Se internaron entre la maleza, sin volver la cabeza atrás para ver cómo Ginea se arrodillaba frente al cuerpo muerto del Rey y lloraba, suplicando su perdón. Siguieron corriendo, Swend pegando pequeños brincos para alcanzar a su madre. El bosque les iba tapando, poniendo maleza y ramas detrás suyo para que no les alcanzasen. Pero no duraría mucho, ya que Nurcuam lo había previsto todo.

La Llamada del BosqueWhere stories live. Discover now