Capítulo 8: Expulsión

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A la mañana siguiente, los sabios organizaron una expedición para encontrar el claro de Nuom.

Partieron con el amanecer, siguiendo las indicaciones del mapa que tenía Weib. Era una hoja enorme, en la cual cada nervio era un camino, y formaban las palabras del nombre de los lugares del bosque.

Primero se acercaron a Florbela, para comprar provisiones y preguntar por el claro a los lugareños, que los miraban sorprendidos. Después, dejaron atrás el pueblo y prosiguieron por la Senda Vleder, hasta que unas dos horas más tarde, pararon a descansar junto al río Goin, el más grande de todo el bosque de Norüem. Allí incordiaron un rato a la ondina que guiaba el cauce de aquellas aguas, y ella los obsequió con una gran salpicadura, por molestarla con sus insistentes preguntas acerca el claro de Nuom.

Tras el húmedo accidente, reemprendieron la marcha. Andaban algo cansados y a ritmo más lento, ya que llevaban todo el día caminando.

Por la noche llegaron a un claro muy peculiar.

Era enorme. Debería tener doscientos metros de diámetro, y en su interior había quince rocas, algunas más grandes que otras, pero todas con bajorrelieves de espirales. La roca más grande medía tres metros de altura y uno y medio de ancho, y tenía un grabado de una gran espiral formada por espirales diminutas. El suelo del claro estaba cubierto por una especie de musgo muy suave y resbaladizo. Se entreveían algunas raíces curvadas de color púrpura con anillos, que sobresalían del suelo y terminaban enroscándose. Una especie de niebla púrpura y violeta flotaba en el aire, y había humedad en el ambiente. En el cielo, color tinta, se veían la luna y un montón de pequeñas estrellas.

No había nadie en el claro.

Los sabios se adentraron poco a poco en el extraño lugar, manteniendo una distancia respetuosa con las rocas. De repente, un zumbido suave los hizo girarse.

En una pequeña roca había sentado un diminuto dragón azul claro. Su morro era alargado, con pequeños dientes, y sus ojos eran completamente negros. Tenía dos pequeñísimos cuernos lilas curvados hacia atrás. Una especie de mini cresta le bajaba de entre los cuernecitos y le llegaba hasta la punta de la larga y fina cola. Sus alas eran parecidas a las de una mariposa, pero transparentes, con tonos violeta y rosa claro. Le brillaban a la luz de la luna, y parecían muy finas y delicadas.

El dragoncito los miró un instante y después pareció que se reía por lo bajo al ver sus caras de asombro. Les sacó la lengua, pequeña y bífida, y siguió mirándolos con descaro.

A Hulle ya no le caía tan bien el pequeño dragón. Vaya chulito, pensó, y eso que era tan enano que le cabía en la mano. ¿Para qué estaba ahí? ¿Acaso vivía en el claro aquél de las rocas con garabatos y la niebla fastidiosa? Pues vaya sitio para vivir, siguió pensando Hulle, temblando de frío.

Al cabo de un rato, las conversaciones de los mayores sobre el hada Rheineid y sobre extrañas fórmulas mágicas lo aburrieron, así que fue a acercarse a la zona de las rocas. Tenía la intención de examinar los relieves para buscarles un sentido, pero al estar a tan sólo treinta centímetros de la primera piedra, algo salió tras ella.

Era un hada. Alta, de piel pálida y pelo blanco y largo. Sus ojos parecían de zafiro, y estaban enmarcados por unas larguísimas pestañas aterciopeladas.. Sus alas eran iguales que las del pequeño dragón, solo que más grandes. Llevaba puesto un vestido larguísimo de color azul claro, con escote y sin mangas ni tirantes. Parecía hecho con una tela pesada.

- ¡Ajajá! ¡Se mira, pero no se toca!- exclamó el hada, señalando a Hulle con un dedo acusador acabado en una uña larguísima y blanca.

- Perdón, señora, yo...no quería molestarla. Sólo iba a mirar su roca con dibujos- contestó Hulle en modo de disculpa, retrocediendo unos pasos.

La Llamada del BosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora