Capítulo 19: Vacío

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POM, POM.

Ya llevaban más de doce horas en el refugio, y todavía faltaba un grupo por llegar. Además, se habían contabilizado las desapariciones de una veintena de personas, así que los ánimos estaban muy bajos cuando, de repente, se escuchó un ruido que provenía de la entrada.

En la sala principal (la estancia en la cual desembocaba la escalera de acceso) se pudo oír perfectamente aquel insistente golpeteo. Alguien llamaba a la puerta (bueno, más bien a la roca). Y por el timbre desfallecido de los golpeteos, ese alguien no aguantaría mucho más.

Elhël era el elfo que se encargaba en aquel momento de vigilar la puerta. Desconfiado, preguntó:

- ¿Quién es?

- ¡Abrid, por favor!- respondió una voz en tono de súplica. La voz tenía un timbre muy agudo, y, pese a estar teñida de angustia, era clara como el cristal.

El elfo no acababa de fiarse. Ya lo había pasado bastante mal en las mazmorras de Nurcuam, y no quería cometer un pequeño error que lo llevara de vuelta a una celda asquerosa. Así que empuñó su cuchillo de plata élfica y abrió un poco la puerta, con cautela.

Un rayo de luna iluminó a una figura azulada que se desplomó en el suelo. Reprimiendo un grito de sorpresa, Elhël acabó de apartar la roca y se agachó frente al pequeño ser azulado. Era un pequeño silfo de cristal, y obviamente su camino hasta el refugio no había sido nada fácil. Tenía varias heridas, un par de ellas muy preocupantes, y el tono azul de su cuerpo se desvanecía lentamente. Su diminuto corazón bombeaba la sangre trabajosamente.

Elhël cogió al silfo y lo metió en el refugio, a la calidez de las antorchas y el fuego. Cerró la puerta y se apresuró a llevarlo a la enfermería que habían montado en una sala apartada.

- ¡Apartad, por favor! ¡Os lo ruego, dejadme pasar!- pedía Elhël a las personas que le preguntaban sobre lo ocurrido. Querían saber si había llegado algún grupo, si había heridos y dónde estaban sus familiares. Pero Elhël no podía demorarse; al silfo cada vez le costaba más trabajo respirar.

Por fin consiguió llegar a la enfermería. Abrió la puerta de madera y se encontró en una sala cavernosa repleta de camas. Había numerosas estalactitas en el techo, que goteaban agua en unos ordres de cerámica. Era el método que tenían en el refugio para conseguir agua: recoger la que goteaba de las estalactitas.

La enfermería estaba bastante tranquila a aquellas horas de la noche. Los heridos dormían, y solo había encendidas las velas de las mesillas de noche. En la estancia había un par de mujeres que hablaban en voz baja en un rincón, y un hombre que preparaba algo en una mesa arrimada a la pared de la cueva. Un elfo anciano estaba sentado en una silla, al lado de una cama en la cual reposaba una pequeña elfa. Tan sólo el murmullo de las mujeres, los ronquidos del elfo y el goteo del agua rompía el plácido silencio.

Elhël rompió aquella atmósfera de tranquilidad. Se acercó a las mujeres y les dijo en tono apremiante:

- ¡Traigo un herido! ¡Rápido, necesita ser atendido!

Las mujeres reaccionaron con rapidez. Le indicaron una cama libre y el elfo depositó allí al silfo, mientras ellas iban corriendo a buscar vendas y un botiquín.

- ¿Dónde lo has encontrado?- preguntó una de las mujeres. Llevaba el pelo rizado y negro recogido en una trenza, y vestía un traje elegante. Nadie se había podido cambiar de ropa, pues habían huido de las tropas de Nurcuam con lo puesto.

- Estaba haciendo un turno de guardia, llamaron a la puerta, abrí y me lo encontré desmayado. No tengo ni idea de quién puede ser- contestó Elhël, preocupado.

La Llamada del BosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora