Epílogo

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En el espejo apareció una imagen turbulenta: una caravana que cruzaba la cordillera helada, haciendo frente al temporal con un coraje suicida. A un lado del camino estaba la pared escabrosa de la montaña; en el otro lado se abría un abismo sin fin, al que caían a intervalos regulares cascotes y trozos de hielo. Un resbalón, y la caída sería fatal para cualquiera.

Avanzaban subidos en caballos, pues en aquellos lares no tenían nada mejor. Los pobres animales estaban prácticamente congelados, a pesar de ser de raza de montaña y estar cubiertos por un espeso pelaje marrón. De sus ollares salían nubecillas blancas, y no cesaban de resoplar, en señal de queja.

Tampoco es que los jinetes fueran mejor que las monturas. Cubiertos por gruesos abrigos y capas de piel de lobo, luchaban contra el frío como podían. Uno de ellos iba encadenado y estrechamente vigilado.

La pendiente que subían se tornó más accidentada y vertical. Y, a la par, la nieve aumentó su furia, y el viento silbó más salvajemente que nunca. Varios caballos se encabritaron e hicieron amagos de regresar, pero sus jinetes lo impidieron con mano firme.

Continuaron ascendiendo. Según ascendían, se iba adivinando una forma oscura e imponente en uno de los extremos de la montaña: la entrada a la prisión más aterradora y segura de todo el mundo.

Aquel era el destino de la caravana. Y entonces, la imagen reflejada en el espejo tembló y se desvaneció.

Las velas que iluminaban la oscura y tétrica estancia volvieron a encenderse, una por una, por gracia de un hechizo. Los dibujos recargados de los tapices que cubrían las paredes fueron iluminados, así como las pesadas cortinas que impedían a la luz del exterior entrar. Pero el resplandor se detenía al llegar al sillón antiguo en el que se sentaba uno de los seres más peligrosos de toda la historia.

Dicho ser estaba, en aquellos momentos, reflexionando sobre lo que acababa de ver. Ciertamente, Nurcuam había sido derrotado, y además no había conseguido cumplir con lo que él quería. Luego estaba la irritante Guardiana, que pretendía destruir el arma más poderosa del universo...Quizá podía hacer algo al respecto...

Unos golpes resonaron en la estancia, rompiendo su espiral de oscuros pensamientos. Alguien llamaba a la puerta con insistencia.

- Adelante- dijo el ser, con una voz extraña.

Con un agudo chirrido de bisagras oxidadas, las puertas de doble batiente se abrieron pesadamente. En el umbral apareció la alta figura de un joven de más de veinte años, fuerte y con el pelo de color castaño oscuro. Su rostro era sereno y firme.

El ser aguardó con paciencia a que el recién llegado, con paso seguro, se situara tras su asiento. Entonces, juntó las yemas de los dedos de ambas manos y habló, con su característica voz unas veces aguda y otras grave:

- Bien, bien, querido, déjame mostrarte algo antes de empezar.

Hizo un gesto con la muñeca, soltó una pequeña risa estridente y un resplandor apareció en la superficie del espejo. No se trataba del reflejo de la luz mortecina de las velas, sino de la blanca nieve que no cesaba de caer en una de las montañas que rodeaban la morada del ser. Pronto, la imagen de la caravana apareció en el objeto, con los caballos resoplando y los copos de nieve girando alrededor.

La imagen pudo verse unos minutos. Luego, cuando el ser juzgó que era suficiente, el reflejo volvió a desaparecer con un gesto suyo.

El silencio se adueñó de la estancia. Solo se escuchaba el salvaje aullido del viento al golpear con fuerza los cristales de las ventanas, y el granizo al chocar con violencia contra esas mismas ventanas. Las velas proyectaban sombras grotescas en las paredes.

- Ha fracasado- sentenció el joven, con voz ligeramente despectiva.

- Sí, ha fracasado- repitió el ser-. Fracasado, fracasado, fracasado...¿Y sabes qué le pasa a los que fracasan y me decepcionan, querido?- preguntó, en un tono peligrosamente amenazador.

- S-sí, señor- respondió el joven, algo nervioso-. Yo no os fallaré, os lo prometo. Pronto, ellos estarán aquí, y vos podréis destruirlos de una vez.

- Bien- repuso el ser-. ¿Ellas vienen, también? ¿Las criaturas malditas de la Dama Blanca?

- Sí, señor. Ellas también vienen hacia aquí.

- Perfecto. Y una última cosita, querido...- añadió, al presentir que su invitado se dirigía a las puertas, con intención de marcharse.

Éste volvió a aproximarse al asiento, conteniendo la respiración. No se sabía nunca... Podría decirle cualquier cosa...

El ser se levantó del sillón. Se acercó al muchacho y se puso a la altura de su oreja. Su pelo, largo y ondulado, rozó el cuello del joven.

- No me falles, o esta vez serás tú el condenado.

La Llamada del Bosqueحيث تعيش القصص. اكتشف الآن