Capítulo 17: Ira

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e tan furioso como estaba, Nurcuam había cogido la espada y se había dedicado a ensañarse con el carísimo mobiliario de su estudio. Tras haber hecho trizas su escritorio, haber reducido a cristales rotos la cristalera donde guardaba objetos oscuros y haber dejado su sillón de diseño lleno de arañazos, se dio por satisfecho y tiró la espada al suelo. El arma tintineó al caer en las frías baldosas de mármol.

Estaba exhausto. Llevaba una hora o más descargando su ira y su frustración contra su estudio, intentando liberar toda su furia en los muebles de la estancia. Ahora se encontraba en medio del caos en el que había convertido la sala: un montón de madera astillada, cristales rotos y cuero rasgado.

Nurcuam jadeaba, extenuado por la fiereza con la que había combatido contra los muebles, imaginando que eran sus enemigos. El escritorio había simulado el roble de Elfes By, la cristalera el báculo de la endemoniada Guardiana de las Rocas y el sillón...su acérrimo enemigo. El rey. Swend.

Parecía mentira que un ciervo pudiera desbaratar sus planes de aquella manera. Se moría de la vergüenza. ¡Él no debía enterarse de ningún modo! Si él se percataba de lo que podría llegar a pasar... Aunque claro, lo normal sería que ya lo supiera...

Suspiró y trató de apartar aquellos pensamientos de su mente. Concretamente, trató de alejarlo a él: si no pensaba en el asunto, no tendría por qué enterarse.

Se podría decir que fue él quien tuvo la idea. Nurcuam había sido el elegido para llevar a cabo su plan, nada más. Y si le fallaba, quizá él cambiaría de opinión sobre su utilidad...con nefastas consecuencias para Nurcuam.

Tal vez, hacer aquel ritual oscuro, bastante tiempo atrás, no había sido muy buena idea, por mucho que anhelase conseguir poder por encima de todo. Sin embargo, ya no había marcha atrás.

Recogió la espada del suelo y admiró la empuñadura, decorada con cristales de hada negra. Se decía que aquellos cristales contenían la esencia pura de la luz corrompida por la oscuridad. Sin poder evitarlo, sonrió al contemplar el filo de la hoja, decorada con relieves que relataban las victorias de las tinieblas.

Tiró de la cadena de eslabones de hierro negro que pendía del techo y una esclava (una joven elfa sin magia capturada hacía dos años en el ataque a Elfes By) apareció rápidamente en la sala. Estaba muy delgada, su pelo había perdido el volumen y el brillo de antaño y vestía unos harapos mohosos y desgastados por el uso. Tenía la cara y las manos manchadas de hollín de haber estado todo el día limpiando la caldera de porquería, para que no volviera a bloquearse la salida del humo.

Antaño, ella había sido una de las elfas más sonrientes y alegres de Elfes By. Su sonrisa, radiante como el sol, le alegraba el día cualquiera. Y su nombre llenaba de felicidad a quien lo escuchaba. Pero ahora ya no quedaba nada de aquella elfa jovial. Ni tan sólo se acordaba de su nombre.

El sufrimiento vivido en la Fortaleza Negra la había cambiado radicalmente. Su sonrisa se había evaporado, su nombre había sido olvidado y su energía estaba perdida. Como ella. Perdida.

- ¿Qué...qué deseáis, mi señor?- balbuceó, temerosa. No iba a arriesgarse a equivocarse y ser castigada de nuevo.

- Llévate la espada y dásela al herrero. Que la afile y la limpie para la batalla que se avecina- ordenó Nurcuam, tendiéndole la espada.

Temblando de miedo, la elfa tomó el arma de las manos de Nurcuam y la sostuvo con cuidado, contemplándola con temor.

- ¿Algo más, mi señor?- se atrevió a preguntar.

- Sí. Convoca a los capitanes de la guardia y a los oficiales que han vuelto del ataque a la coronación. Que me esperen en la asamblea. Tenemos de qué hablar- añadió Nurcuam a sus peticiones.

La Llamada del BosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora