Capítulo 39: Luz

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Hubo un repentino estallido de luz en la torre.

Los cristales de las ventanas reventaron violentamente, y el viento huracanado se coló en la estancia, silbando siniestramente y haciendo que las cortinas que aún no se habían caído revolotearan furiosamente. El altar de granito y obsidianas se resquebrajó con un crujido y se rompió para siempre. Los dibujos del ritual se borraron, y las llamas fatídicas de las velas se apagaron.

Astrid, Swend y Nurcuam cayeron hacia atrás.

El orbe de la Esencia rodó por el suelo y se detuvo junto al cuerpo del rey.

El Rubí de la Lágrima del Hada resbaló de entre los dedos de Nurcuam y acabó en el suelo lleno de polvo y cristales rotos, momentáneamente olvidado.

Un silencio sepulcral invadió la estancia, dando la impresión de que el universo entero aguardaba lo que debía suceder.

Nada se movió durante unos instantes, hasta que Swend comenzó a despertar del estado de inconsciencia en el que había estado sumido tras la lucha contra el ser de oscuridad. Fue abriendo los ojos lentamente, recorriendo con la mirada el estudio destrozado, sintiendo una extraña calma en su interior. Parecía que todo había acabado.

Giró la cabeza y vio la Esencia cerca suyo, emitiendo su suave resplandor verdoso. Respiró hondo, aliviado, y por fin se sintió tranquilo en mucho tiempo.

Escuchó ruido a sus espaldas. Se puso en pie, con algo de trabajo, y recogió la Esencia con sus astas (encajaba perfectamente, así que no había riesgo de que se cayera). Swend se volvió y vio a Nurcuam incorporarse y mirar a su alrededor con aspecto terriblemente desorientado.

Para su sorpresa y alivio, sus ojos presentaban ahora un hermoso tono castaño, que distaba mucho del aterrador color negro que estaban habituados a ver en él. Su pelo lucía alborotado, a causa de las ráfagas de viento que se colaban por las ventanas sin cristales.

Quedó sentado, con las piernas extendidas hacia adelante. Miró a su alrededor, y conforme su vista iba pasando del altar roto a la Esencia, que reposaba en las astas de Swend, se iba poniendo más pálido. Algo similar a un profundo desasosiego se instaló en su rostro.

- No...- murmuró, aterrado- No, no, no...

Vio a Swend, que lo observaba con gesto serio. Una mueca de horror apareció en su cara.

- ¡NO!- gritó- ¡No puede ser! ¡Todo iba en la dirección correcta!

- Yo no estoy tan seguro, Nurcuam- dijo Swend, con calma.

- ¡Eso es lo que tú te crees, ciervo insignificante! ¡Todavía tengo poder para matarte!

Se levantó con un salto ágil y agarró la Espada de la Noche de su soporte en la pared. Al asir la empuñadura, soltó un grito y dejó caer el arma al suelo. La mano le humeaba; tenía una gran quemadura en la palma y los dedos.

- ¿Por qué no puedo cogerla?- preguntó, y el rey pudo percibir el miedo en su voz.

- Porque ya no tienes poder aquí.

La voz sonó severa y autoritaria. Swend se giró, sintiendo alegría y alivio, para ver a Rheineid erguirse majestuosamente detrás suyo. A-hior, ya con su tamaño normal, revoloteaba a su alrededor con aire nervioso. Para el rey fue un alivio que el hada estuviera allí, aunque no se explicaba cómo era posible...¿No había desaparecido, volatilizando en el aire? Sería otro de los misterios de la Guardiana milenaria...

La cara de Nurcuam destilaba odio, un odio intenso y de causas completamente desconocidas para Swend. Su voz no tembló ni un ápice cuando escupió:

- No puedes dejarme sin magia.

La Llamada del BosqueWhere stories live. Discover now