Capítulo 33: Respirar

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Lirinë corría veloz entre los árboles, como una fugaz sombra. Hermegilda y Lorcan montaban sobre su lomo, ambos con la duda en el corazón.

- ¡Arre, Lirinë! ¡Corre al Claro de Nuom!- gritó Hermegilda, con angustia. Lorcan, en sus brazos, cada vez estaba más pálido. La muchacha percibía cómo se le escapaba la vida lentamente.

El corcel le contestó con un relincho, y aceleró el ritmo. La oscuridad, el frío y el silencio se adueñaban del Bosque de Norüem, e incluso había algo de escarcha entre la vegetación. Costaba respirar el aire helado.

Hermegilda se quitó la capa y se la puso a Lorcan, notando que su cuerpo estaba extrañamente frío. Una terrible duda le atenazó el corazón, pero ella tenía fe en que él lograría sobrevivir. Por una vez, intentaba ver la parte positiva de las cosas.

Por fin llegaron al Claro de Nuom. El cielo se abrió sobre ellos y los árboles se hicieron a un lado, dejando espacio al enorme claro y a sus rocas. La hierba y las raíces del suelo estaban cubiertas por una fina capa blanca de escarcha, y las siluetas de las altas e imponentes Rocas se insinuaban misteriosamente entre la niebla púrpura e húmeda. La luna, allá arriba, brillaba tenuemente.

Lirinë resopló y dobló las rodillas, de modo que Hermegilda consiguió bajar a Lorcan sin demasiado esfuerzo del lomo del animal. Una vez abajo, cogió al muchacho como pudo y lo llevó sin demora al centro del claro. Lo tendió sobre la escarcha, arropado con la capa, y miró en torno, buscando a Rheineid.

- ¡Guardiana de las Rocas!- la llamó, con la desesperación perceptible en el timbre de su voz- ¡Apareced, os lo ruego!

Nadie contestó. Los bajorrelieves de las rocas brillaron tenuemente y volvieron a apagarse.

¿Y si le había sucedido algo terrible a Rheineid, y por esa razón no había podido acudir?

Temblando de frío y miedo, Hermegilda se arrodilló junto a Lorcan. Tomó una de sus frías manos entre las suyas, y se la llevó a los labios, sin poder creérselo. A lo lejos, en los límites del claro, Lirinë piafó nerviosamente y pateó la escarcha.

- Por favor, Lorcan- susurró-. Tú puedes, Lorcan. Ya lo hiciste una vez, tiempo atrás. Vuelve a hacerlo ahora.

Se inclinó, y una lágrima resbaló por su mejilla lentamente, trazando un surco entre el polvo.

- Respira. Tú puedes, una vez más. Sólo respira de nuevo.

Cerró los ojos, sujetando aún la mano del muchacho, y se echó a llorar, en un gesto tan impropio de ella que habría conmovido a cualquiera. Permaneció así, sin importarle nada, pues sin Lorcan su vida no tenía sentido.

Y entonces escuchó un débil batir de alas y el frufrú de la pesada tela de un vestido al arrastrarse sobre el suelo. Un crujido de pasos y un suave zumbido le indicaron que no se encontraban solos.

- Guardiana de las Rocas- imploró, contemplando la figura imponente del hada recortada contra la leve luz de la luna.

- Sí, esa soy yo. La Guardiana del Claro de Nuom- le contestó Rheineid, haciendo un gesto y señalando en derredor. A-hior revoloteaba a su alrededor, temblando de frío.

- Pensaba que no vendríais- comentó Hermegilda, secándose las lágrimas con el dorso de la mano.

- Ya, eso pensaba yo también- coincidió la Guardiana, y cogió a A-hior con delicadeza-. Ven aquí, chiquitín, o se te congelarán las alitas.

- Quiero pediros un favor- pidió la muchacha, mirándola con respeto-. ¿Creéis que podríais ayudar a Lorcan? No sé qué le sucede, y estoy muy preocupada...

La Llamada del BosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora