Capítulo 4: Encuentros

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Hermegilda no podía dormir.

Los acontecimientos de aquel día la habían puesto en guardia. Tenía la sensación de que podían llegar en cualquier momento a buscarlos. Ahora estaba atenta al más mínimo ruido. Sentía algo de miedo, pero aún así, se decidió a salir de la casa y tomar un poco el aire, porque tenía la sensación de que se asfixiaba en su habitación.

Cogió su chaqueta (que en realidad sí que abrigaba) y se la puso. Sabía que fuera hacía frío, ya que estaban en invierno y había nieve, así que también se puso los zapatos.

Salió a fuera y anduvo por la mullida nieve, en los alrededores de la casa, hasta llegar a un tocón alto como un taburete. Apartó la escarcha y se sentó en él.

No se dio cuenta de que alguien la espiaba entre la vegetación.

En un momento dado, oyó el crujido de una rama al partirse, y un seto se movió sospechosamente. Hermegilda se giró hacia el seto. Se volvió a mover. El miedo pudo con ella, así que gritó.

- ¡¿Quién eres?!- preguntó al bosque - ¡Déjate ver!

Entonces, detrás del seto salió un muchacho con aspecto nervioso. Hermegilda se quedó sorprendida.

Era alto, a Hermegilda le sacaba una cabeza, y de constitución delgada. Tenía el pelo negro y corto, y los ojos azules, aunque tenían un destello cálido. Vestía ropas oscuras y una capa del mismo color, lo que le daba un toque ligeramente desconcertante. Parecía muy nervioso.

- ¿Quién eres y qué diablos haces aquí?- se enfadó Hermegilda, pasando de miedo a ira con increíble rapidez.

- Yo...yo...eh...es-ta-taba...

- ¡Espiándome!- se enfadó Hermegilda todavía más, poniéndose levemente roja de indignación -¡¿Cómo te atreves, pedazo de...?!

- Escucha, yo...en el mercado de Florbela...Bueno, que...que te ví, y bueno, que...quería ver dónde vivías y saber...tu nombre y esas cosas.

Hermegilda lo miró largamente.

- Que sepas que yo no le doy mi nombre al primer desconocido que pasa, eso que te quede claro.

- Oh, por supuesto...Me llamo Lorcan. Y soy...

- Un caballero negro de esos que había en el mercado. Ah, ya sé quién eres. Tú eres el que se quedó mirándome con cara de bobo mientras tus compañeros nos hacían preguntas. ¿A quién sirves?

- Si te lo dijera te enfadarías y no me querrías hablar nunca más.

- Te prometo que no me enfadaré. Sólo espero que no sirvas al tirano de la fortaleza negra que está en la frontera del bosque y que ha matado a la familia real de Norüem...

Lorcan se puso pálido.

- Bueno...a decir verdad...sí que trabajo para él, pero sólo porque mis hermanos mayores me obligaron- tartamudeó, bajando la vista.

- ¡¿Qué?! ¡Y ahora estoy aquí hablando contigo! ¡Con...con...un asesino!- se escandalizó Hermegilda.

- ¡Eh, eso no es verdad! Los centauros fueron los que mataron a tus reyes, yo no tengo nada que ver.

- ¡¿Qué?! ¡Ningún centauro haría eso, Lorcan! ¡Los hijos del bosque jamás mataríamos a los reyes!

- Ya, pero si...Ah, bueno, da igual. Oye, ¿te...gustaría venir...conmigo a un sitio que...yo...conozco que hay en el bosque, o sea aquí, bueno, un poco más lejos, pero...?

- No sé...Con un sirviente del de la fortaleza negra por ahí...¿Para que luego me mates? Ni loca.

- ¡Pero si no te voy a matar! Te voy a enseñar unas cascadas preciosas que hay en el bosque.

La Llamada del BosqueWhere stories live. Discover now