Capítulo 18: Asamblea

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Los capitanes de la guardia y los oficiales que habían participado en el asalto a la coronación esperaban en la asamblea. Era una sala enorme, situada bajo tierra. El suelo de mármol negro siempre estaba perfectamente abrillantado, sin una mota de suciedad. Tenía un dibujo dorado que representaba al Orbe de Oscuridad: la más pura esencia del mal, el emblema de las fuerzas oscuras. En el centro del grabado había una gran mesa alargada de roble, con un montón de sillas doradas con cojines negro a su alrededor. El asiento de Nurcuam era diferente: un gran trono dorado forrado con terciopelo negro, para resaltar el hecho de que él era el jefe supremo de todo aquello. El asiento estaba situado en la cabecera de la mesa.

No era ningún secreto: todos los allí presentes sabían que iban a recibir una buena reprimenda, con total probabilidad. Estaban nerviosos. Algunos manoseaban sus cascos de metal, otros comprobaban ansiosamente la hora en el gran reloj que presidía la sala y varios simplemente rezaban, para que no hubiera ejecuciones aquella vez.

Las grandes puertas negras de roble se abrieron de un portazo. Los pomos dorados pegaron contra las paredes de mármol blanco con vetas negras, dejando marcas en la superficie.

Una corriente de aire frío hizo estremecer a los capitanes de la guardia y a los oficiales. Se escuchó el inconfundible retumbar del trueno, precedido por un fugaz haz de luz.

Nurcuam había llegado.

Estaba plantado en el umbral de la puerta. Sus ojos eran dos rendijas oscuras y afiladas que destilaban odio y rabia. Su rostro estaba crispado en una mueca de desagrado. Sus dientes rechinaban de pura ira. Su capa ondeaba tras de sí, a pesar de que no hubiera viento, otorgándole un aspecto imponente y amenazador.

Un halo de oscuridad envolvía la silueta de Nurcuam el Oscuro.

Los capitanes y los oficiales se levantaron torpemente de sus asientos. Apartaron las sillas y se inclinaron en una profunda reverencia ante su señor.

Éste pareció ignorarles. Caminó solemnemente hasta su trono dorado y negro. El aire a su alrededor era frío e inhumano, no parecía servir para respirar y vivir. Más bien todo lo contrario.

Nurcuam se sentó en su trono. Hizo un gesto con la mano derecha y todos los hombres se sentaron a la vez.

El silencio reinó en la sala.

El Oscuro observó uno por uno a todos los que estaban allí congregados. Los miró a los ojos e indagó en sus mentes, comprobando lo que habían hecho recientemente. Quería comprobar que habían seguido sus órdenes estrictamente, sin desviarse de lo que él había planeado. Porque si volvía a haber errores, él no estaría contento, y entonces...

Nurcuam terminó por fin la ronda de comprobación. Por suerte, ninguno de los allí presentes le había sido infiel. Satisfecho, se irguió y miró una vez más a los hombres que lo observaban con nerviosismo.

Por fin decidió hablarles:

- Sé que tenéis una idea aproximada de por qué os he reunido. No es para castigaros, no- un suspiro colectivo de alivio emergió del público-. Pero tampoco es para felicitaros.

Se levantó del trono y puso los brazos en jarra. Frunció el ceño y endureció la mirada todavía más.

- No estoy contento con vuestro trabajo. ¿Es que no sabéis luchar contra un bosque y los animalillos que lo habitan? ¿De verdad que no sabéis?- gritó, enfurecido.

- Señor, nosotros...

- ¡Silencio!- bramó Nurcuam- ¡Aquí sólo hablo yo, a menos que os lo diga! ¿Entendido?

Nadie dijo nada.

- ¡¿Me podéis contestar, o es que sois mudos?!- vociferó Nurcuam, haciendo aspavientos.

La Llamada del BosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora