Capítulo 32: Lirinë

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Desde el balcón, la batalla parecía ajena, distante y terrorífica a la vez. Pero el Oscuro ni se inmutó al ver las fuerzas de su enemigo cargar contra sus huestes. Los prisioneros eran libres, pero al menos había logrado sembrar la negra semilla del miedo en sus corazones. Sonrió para sus adentros.

Pero su felicidad interior desapareció al ver las flechas que atacaban su fortaleza desde la lejanía. Irritado porque sus defensas habían caído, se giró, haciendo que su capa ondeara tras él, y encaró al guardia:

- Deja al prisionero en la sala de control. Voy a ir ahí a levantar de nuevo las defensas, y quiero tenerlo vigilado.

- ¿Es por algún motivo en especial, mi señor?- inquirió el soldado, sujetando a Lorcan firmemente por las cadenas.

- Sí. Cuando llegue la chica a salvarlo, se llevará una pequeña sorpresa- explicó Nurcuam, sonriendo con malicia.

- ¿Qué clase de sorpresa?- siguió preguntando el soldado, al parecer con demasiada curiosidad para el gusto de su amo.

- Cállate, si quieres seguir teniendo lengua- le espetó Nurcuam.

Entraron de nuevo en el edificio, cruzaron el Gran Salón y recorrieron un largo pasillo con ventanales a un lado. Llegaron a unas escaleras y subieron; subieron muchísimos escalones, demasiados para contarlos. La escalera de caracol acabó, y se encontraron frente a una puerta de hierro firmemente cerrada.

- ¡Lisbeth!- murmuró Nurcuam, y la puerta se abrió sola.

El soldado tenía la intención de entrar con su prisionero cuando Nurcuam lo detuvo. El guardia entendió: soltó a Lorcan e inició el largo descenso.

Nurcuam tomó las cadenas y arrastró al muchacho al interior de la sala. La puerta se cerró detrás suyo con un ruido sordo que provocó un sobresalto a Lorcan.

La estancia era redonda. Contaba con dos grandes ventanales, con sendas cortinas negras a los lados. Las paredes tenían estanterías adosadas, cuyas baldas repletas de libros parecían hechizadas con algún embrujo de protección. Había un escritorio frente a uno de los ventanales, en cuya superficie descansaba un gran libro abierto.

Y en el centro de la sala había un altar de piedra negra. El altar estaba decorado con obsidianas, y con grabados que representaban a la Dama Negra. Una espada reposaba sobre el altar: la Espada de la Noche, que rezumaba frío y oscuridad.

Al contemplar el altar, un escalofrío recorrió la columna vertebral de Lorcan. El muchacho presentía que algo malo iba a sucederle a él...

Nurcuam lo dejó en una esquina de la sala, cerca de uno de los ventanales. Ató sus cadenas a unas argollas del techo y listo. Ya podía ir a lo suyo.

- ¿Por qué has hecho eso?- se atrevió a preguntar Lorcan, desde su rincón. Miró la ventana, pero no le gustó lo que vio y volvió a centrar su atención en Nurcuam.

- ¿El qué?- inquirió él, sin hacerle demasiado caso, mientras retiraba la espada y la colgaba en un soporte de la pared- He hecho muchas cosas, así que agradecería que me detallaras a cuál de ellas te refieres.

- A todo, en realidad. ¿Por qué el Bosque de Norüem? ¿Por qué no Kaher, o las Montañas del Norte?

- Es una buena pregunta- admitió Nurcuam, cogiendo un frasco y evaluando su contenido-. Supongo que porque le tengo especial ojeriza a este sitio. Y, de todas formas, por algún lugar hay que empezar. Ya llegará el turno del desierto, de las montañas...Y de otros mundos.

Lorcan guardó silencio, esperando que Nurcuam continuara. Sabía que iba a morir; de lo contrario, el Oscuro no le estaría revelando detalles de su maléfico plan.

La Llamada del Bosqueحيث تعيش القصص. اكتشف الآن