Capítulo 22: Objetivo

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Ante sus ojos tenían un enclave que cortaba la respiración.

Se hallaban en una caverna de forma ovalada, con el suelo formado por arena grisácea y pequeños diamantes en bruto que resplandecían y brillaban tenuemente. En las paredes había columnas naturales de piedra, formadas gracias a las gotas de agua que habían ido esculpiendo las paredes hasta lograr las delicadas formas de las columnas.

En el centro de la cueva había una estalagmita gigante, cuya punta había sido cortada, para obtener una superficie lisa en la que depositar un objeto anhelado por muchos y conseguido por ninguno: el Rubí de la Lágrima del Hada.

La piedra preciosa refulgía mágicamente. Tenía forma de gota de agua (o de lágrima), y era de color malva, muy hermosa. En el centro del rubí brillaba una luz débil pero poderosa a la vez. La energía mágica, como si de luz se tratase, reverberaba en la piedra preciosa y aportaba luz, de color morado, a la caverna.

Pero el Rubí de la Lágrima del Hada no era lo único espectacular del enclave. Alrededor de la estalagmita en la que descansaba la joya había un profundo agujero que recordaba al fondo vacío de un lago. Y, cubriendo la superficie vacía del lago, había una espesa niebla blanquecina, con toques violeta, que relucía bajo la mágica luz del rubí. De vez en cuando, chispas doradas saltaban de la niebla, que se arremolinaba en torno a la estalagmita y trepaba por la piedra.

Y en el techo, encima del lago vacío, colgaban cadenas de oro que lanzaban destellos dorados. De ellas pendían piedras preciosas de color negro azabache, en las cuales se podían llegar a distinguir pequeñas estrellas y galaxias en su interior. Brillaban enigmáticamente, y, cuando una racha de viento procedente del exterior las mecía, se golpeaban unas con otras, emitiendo un tintineo que sonaba como si el universo estuviese cantando al corazón de quien lo escuchaba.

Aquello era todo lo que había en la caverna. Parecía increíble que aquel lugar tan místico y maravilloso que se encontraba debajo del desierto, en Kashi-Ar, le hubiera pasado desapercibido a Kashia durante todos aquellos años.

- Es...- murmuró Kashia, fascinada. No acabó la frase.

- Increíble- dijo Rupert por ella.

Kashia lo miró con cara rara.

- Iba a decir precioso, pero me has interrumpido- le reprochó. Se dirigió al borde del antiguo lago con pasos firmes. El suelo crujía bajo sus sandalias de hilos de oro y pedrería (obviamente, Kashia no renunciaba a sus lujos en ninguna ocasión).

El explorador se sintió ridiculizado y ofendido.

<< Ya he aguantado bastantes de sus exigencias, ¿y ahora qué más quiere? Si me hubieran avisado de que esto se incluía en el trabajo, no habría aceptado>> pensó, harto ya de que Kashia lo tratara como a un despojo sin sentimientos, ni honor, ni orgullo.

Además, el tropiezo con las hadas de Fuego había sido culpa suya. Si ella no las hubiera provocado, no se habrían enfurecido y habrían estado a punto de churruscarse enteritos...

- Mira, Kashia. Tengo unas cuantas cositas que decirte. A no ser, claro, que no cumpla con los requisitos de mi contrato.

La mencionada se dio la vuelta con extrema lentitud. Puso una cara de incredulidad tan exagerada que Rupert estuvo a punto de echarse atrás. Pero las ganas de echarle a la reina un buen rapapolvo fueron superiores a todo. Al fin y al cabo, Kashia debía empezar a aceptar que el mundo no giraba a su alrededor...

- Hemos estado a punto de morir por tu culpa. ¡Por poco me achicharra una tromba de hadas furibundas! ¡Y todo por tu culpa! ¡Encima, cuando intento ayudarte, vas y me insultas!

La Llamada del BosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora