Capítulo 24: Visitantes

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Por mucho que fuera verano, las noches en el Bosque de Norüem se estaban volviendo cada vez más frías, y no había ninguna explicación para aquel extraño fenómeno. Los días cada vez eran más cortos, y el sol, desde el cielo, parecía brillar con desgana. Las noches, al contrario que los días, se alargaban poco a poco, y la luna no iluminaba las sombras con la misma claridad que antes. Hasta llegar al punto en que era prácticamente imposible avanzar en la espesura sin llevar una luz a mano.

Aquellos extraños cambios no solo afectaron al día y a la noche, a la luna y al sol; también los animales se vieron perjudicados. Ya no eran como antes.

Los animales se volvieron más taciturnos y reservados. Su temperamento cambió: se convirtieron en seres agresivos y esquivos, rehuían de cualquier contacto con otros seres vivos de distintas especies. Incluso las hadas y los elfos notaron que los animales ya no respondían a ellos como antes.

Y la magia ya no era dócil, amable y fácil de emplear. Se había transformado en algo que costaba trabajo y esfuerzo utilizar, costaba mucho hacer que obedeciera. Fhias y Juy lo notaron enseguida; los hechizos y conjuros les salían mal, o la energía mágica no surgía de ellos de manera espontánea y sencilla, sino que parecía escupirse a trompicones. Las pociones perdían efectividad, y los ingredientes ya no eran tan fáciles de conseguir.

El bosque entero sufrió cambios. Los arroyos no fluían tan caudalosos como algunas semanas atrás, y las náyades no tuvieron nada que ver con aquello. Simplemente, sus poderes se estaban reduciendo a nada. Perdían el control sobre sus propios dominios, y no sabían explicar el porqué de aquellos cambios.

Nadie tenía explicación para todas aquellas preguntas.

Y aquellos cambios se comenzaron a notar justamente en el momento exacto en el que Kashia consiguió el Rubí de la Lágrima del Hada. Es decir, aproximadamente al mismo tiempo que cuando Swend fue coronado.

Cuanto más se acercaba la joven reina a la Fortaleza Oscura, más fuertes eran las repercusiones de sus actos en todo el mundo.

En el refugio no notaron demasiado todos aquellos sucesos. Se pasaban el día bajo tierra, alumbrados por la pobre luz de las velas, y apenas sabían qué era lo que sucedía fuera. Así que no podían preocuparse por hechos que no conocían.

Sin embargo, Rheineid sí que estaba al tanto de lo sucedido. Sabía muy bien que Kashia había robado el Rubí de la Lágrima del Hada, y que planeaba entregárselo a Nurcuam. Sus guardianas habían fallado; ya se ocuparía de hablar con ellas más tarde. Lo que importaba en aquel momento era el destino de tan preciada joya.

La Guardiana de las Rocas no quiso perder nada de tiempo. Bajó con premura de la luna por la noche, con su inseparable dragoncito en miniatura revoloteando a su lado incansablemente. Cuando tocó tierra firme y se encontró rodeada de nuevo por las imponentes rocas del Claro de Nuom, se fijó en que A-Hior la miraba con curiosidad.

- Tenemos un par de asuntos que resolver, A-hior. Así que en marcha- le susurró Rheineid a su dragoncito. Él bostezó y puso los ojos en blanco, dejándole claro al hada que no le apetecía en absoluto ir a resolver asuntos pendientes. Más bien quería echarse una buena siesta.

Rheineid le ofreció su mano derecha a A-hior, y éste se subió sin vacilar. Trepó por el brazo del hada hasta llegar a su esbelto hombro, donde se hizo una bolita y cerró los ojos. A los pocos segundos estaba roncando sonoramente.

- Parece mentira que, siendo tan pequeño, puedas hacer semejante ruido- rio la Guardiana, divertida con las reacciones del dragoncito-. Dulces sueños, chiquitín- le deseó a la criatura.

El hada desplegó sus hermosas alas transparentes de color rosado y las batió con fuerza en el aire frío de la noche. Se elevó con suavidad en el cielo nocturno y pronto estuvo volando a toda velocidad, semejante a una estrella más en el firmamento.

La Llamada del BosqueWhere stories live. Discover now