Capítulo 26: Fantasmas

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Astrid sabía moverse rápidamente cuando quería. Con un poderoso silbido, que produjo un silbato de plata élfica que ocultaba en su escote (era el mejor escondite que se le había ocurrido), una loba gris apareció en la colina pedregosa.

El animal era más grande que una loba ordinaria. Su pelaje era espeso, adecuado para un clima frío y hostil, y relucía con un resplandor plateado bajo la pálida luz de la luna. En la frente tenía una marca negra en forma de luna creciente, justo entre los dos ojos ambarinos. Los dientes, del tamaño de dedos humanos, formaban parte de una poderosa dentadura. Las garras afiladas arañaban el suelo. En las dos patas delanteras tenía colocados unos protectores de piel y cuero negro.

- Por fin has venido, Atrea. Te echaba de menos- saludó Astrid. La loba se le acercó y le lamió las manos cariñosamente. Sus ojos reflejaban curiosidad.

Astrid no sabría explicar cómo, pero de alguna manera se comunicaba con la loba. Ella le entendía, y, a su vez, le decía muchas cosas con la mirada y su postura corporal. Los gruñidos, aullidos y gimoteos también ayudaban.

- ¿Me dejas montarte?- preguntó la norteña.

Por respuesta, Atrea le ofreció su lomo de suave pelaje.

- Gracias, amiga.

Astrid montó con presteza y gracia. Se aferró al cuello de la loba y se agarró bien.

- Adelante. Llévame a Heênim- le pidió Astrid.

Atrea ladró afirmativamente. Luego echó a correr con sus poderosas patas, y se perdió en la negrura del bosque. Las sombras ocultaban la figura de la loba y la muchacha, y apenas se entreveía una mancha plateada entre el follaje.

Astrid conocía la aldea de Heênim de su niñez. Cuando tenía doce años, solía ir en cuanto se le presentaba la ocasión de ausentarse por unos días de la difícil vida en el Clan de Luv. Gracias a Atrea, llegaba a la aldea en apenas seis jornadas. Su hermano mayor, Aleksi, le solía preguntar qué tenía Heênim de interesante. Ella siempre se encogía de hombros y murmuraba "No sé, hay muchos árboles y no hace tanto frío".

Era mentira.

Los árboles le importaban tanto como las novias de su hermano. Y lo del frío...Otra excusa. En realidad, ella llamaba a Atrea y le pedía que la llevara por una simple razón: porque en Heênim no se sentía tan sola. Porque en Heênim ella tenía un amigo y nadie la juzgaba por lo que hacía. Porque en Heênim no debía preocuparse por la guerra, los problemas familiares y la supervivencia en el duro invierno.

Aunque, conforme pasaban los años, sus visitas se hicieron más y más escasas. Perdió el contacto con su amigo, y ya sólo visitaba el Bosque de Norüem por motivos de "trabajo" (los encargos de Leria y sus obligaciones).

Ahora se encontraba en el bosque porque su hermano le había pedido que viera el panorama y les trajera noticias, pues en el Clan creían que Nurcuam y sus poderes tenían relación con la guerra entre Flavuen y Leria. Ella había aceptado el encargo sin demasiada ilusión: no se le había perdido nada en Norüem, y no le apetecía hacer un viaje de cinco días.

Pero luego se encontró en el sitio equivocado en el momento equivocado...y se había visto obligada a refugiarse en una red de cuevas, y a esperar. Para distraerse y obtener noticias había espiado al rey mientras hablaba con la Guardiana de las Rocas. Y se había enterado de los planes de Nurcuam.

Así que por eso estaba, en aquel preciso instante, corriendo en mitad de la noche por el Bosque de Norüem. E imaginándose el panorama en el Clan: su hermano creyendo que había muerto, su hermana pequeña ideando alguna manera de escaparse e ir a buscarla sin ser vista y el caos azotando las Montañas del Norte.

La Llamada del BosqueWhere stories live. Discover now