Capítulo 12

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Las desventajas de tener el teléfono en silencio frente a tus padres es que después no te enteras cuando te envían mensajes o te llaman, como me pasó a mi. Al salir del despacho de mi padre me dio por tomar el móvil, por un momento se me olvidó como se respiraba cuando vi dos llamadas perdidas de la pelirosa.

Empezamos mal si ya le estaba ignorando las llamadas...

Voy hasta el baño y aprovecho para llamarla, cruzo los dedos para que conteste, de lo contrario se estaría llevando una muy mala imagen de mi, ¿no? Dormimos juntos y a la mañana siguiente me desaparezco, típico de las películas cutres de tragedias románticas.

—Demian, ¿cómo estás? —su saludo me deja un tanto desconcertado, por algún motivo me esperaba otra cosa, como un reclamo o algo... Simplemente algo.

—Bien, supongo que bien.

—¿No te duele el estómago? ¿Ni la cabeza? ¿Nada de nada?

—Estoy bien —admito—. ¿Cómo estás tú?

—Yo bien, pero ya lo estaba ayer —responde, agregando cierto tono burlesco a sus palabras—. Ya he hablado con Ivanna, me dijo que te había acercado a la empresa y que estuvo hablando con Fiamma mientras tú estabas con su hijo. Que pequeño es el mundo, ¿eh?

—Hablando de Ivanna... Hay algo que deberías de saber —carraspeo mi garganta, tomando el atrevimiento de decir "es ahora o nunca, Demian, no podemos seguir jugando a las mentiras porque tendrá un mal final"—. Ayer me hizo una paja antes de ir a cenar, de hecho fue así como me convenció de que levantase el culo de la cama y saliera de la habitación.

Hay un silencio. Uno que me incomoda bastante. Tampoco quería seguir hablando, no iba a hacer la situación más incómoda para los dos. Le había dicho lo que le tenía que decir y ya estaba, era mejor así.

Sin embargo, una vez más vuelve a sorprenderme con su reacción.

Se ríe.

No sé si de la situación o de mi. Pero se ríe.

Haciéndome sentir el tío más tonto del mundo mundial.

Las mujeres eran tan difíciles de entender... ¿Por qué no me podían gustar los hombres? Seguro que a ellos los entendía mejor. Pero no, tenía que ser un heterosexual de mierda que no sabía como actuar con las chicas. ¡Que bien!

—¿Te parece gracioso...? Te lo estoy diciendo en serio, Julienne —resoplo—. Tu novia me tocó la polla como le dio la gana.

—Ay, Demian, Demian... Eres tan adorable que te agarraría de las mejillas y te llenaría de besos.

—¿Gracias?

—No se merecen, yo también estoy diciendo la verdad —dice, soltando una encantadora risita—. Ya sabía lo de Ivanna y tú, nosotras no tenemos secretos, además, es más que obvio que la chispa entre ambos no sólo es de odio, ¿eh?

—A tu novia no le intereso, no te preocupes, solo le interesa algo que yo tengo.

—¿Tus veinte centímetros? —sugiere burlona.

—¿Mis qué? —sacudo la cabeza al darme cuenta de a lo que se refería—. Oh, por Dios, ¿cómo que veinte centímetros?

—Es una aproximación según Ivanna. No te preocupes, tu gran secreto está a salvo con nosotras.

La doble intención hace que mis mejillas ardan. ¿Cómo iba a sobrevivir yo a dos tías calientes que me hacían este tipo de comentarios? O me atrevía a dar el paso, marcándome un dos por uno; o me la cascaba todos los días pensando en ellas.

Y como la segunda opción ya la había probado, casi que prefería ahora optar por la primera.

Total, ¿que podía perder?

—¿Y no te molesta...?

—¿Por qué habría de molestarme? Todo lo contrario, niñito, me encanta. Tú espérate unos meses a cumplir la mayoría de edad y te juro que no te olvidarás tan pronto de este dúo.

—¿Estás insinuando algo sexual?

—¿Alguna vez has hecho un trío? —me responde con otra pregunta, y que pregunta...

Casi me ahogo en mi propia saliva en cuanto me cuestiona semejante cosa.

¿Que iba haber hecho yo?

Si con quien más experimenté fue con una mujer casada...

—Si —asiento con la cabeza—, pero no exactamente en la cama. Digamos que eran dos y conmigo tres, vamos, que hacía el mal tercio pero que allí estaba.

—El terror de los esposos, un niñito anda mojándole las bragas a las mujeres casadas —se burla.

¿Podía dejar ya eso de reírse de mi? Ya no sabía como tomarme este humor tan suyo, a veces prefería la seriedad de Ivanna para poner un poquito de orden.

—No me molestes, ¿quieres? —suspiré al ver que alguien más entraba al baño—. Te dejo, ya hablaremos más tarde.

—Si, que tenemos mucho de que hablar —se despidió y cortó la llamada.

¿Ese mucho de que hablar incluía la cena a la que Fiamma había invitado a Ivanna?

No sabía hasta qué punto iba a llegar esto y, honestamente, tampoco estaba muy seguro de querer saberlo. Ahora Ivanna se iba a ver envuelta en temas que la relacionaban conmigo, tanto a nivel personal como a nivel público, y es más que obvio que ella no tiene ningún interés por mi. A veces detesto ser tan observador y fijarme tanto en los detalles, esto implica darme cuenta antes de las cosas y por tanto servirme una ración de realidad antes de que viniera el golpe.

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