Capítulo 29

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Me cuesta levantarme al día siguiente, si por mi fuera me dormiría hasta el mediodía si mis padres me dejaran, pero tenía responsabilidades. Ni siquiera era adulto para tener que pensar como uno. Estaba rozando los dieciocho años y no había hecho nada productivo en mi vida. Era deprimente.

Mi padre a mi edad ya se estaba preparando para seguir con la empresa del abuelo, pues a los diecinueve ya tenía todo un imperio mundialmente conocido.

¿Y yo?

Yo perdía el tiempo.

Quizá, después de todo, no era digno de pertenece a una familia así.

En unos meses tendría que decidir qué rumbo tomaría para mi futuro, ¿el periodismo o los negocios?

Qué dolor de cabeza. Mejor me visto y me centro en lo que tengo que centrarme, ya habría tiempo para llorar más tarde.

Veinte minutos más tarde estaba presumiendo mi belleza frente al espejo. Podría no ser muchas cosas, pero al menos era guapo, y con una cara bonita ya se tenía mucho ganado en la vida.

Guardo mi teléfono móvil en el bolsillo derecho de mi pantalón y salgo de la habitación. Mis pisadas apenas se escuchan en el cristal de las escaleras, pero si lo hacen una vez que tocan de nuevo el suelo.

—¿No vas a desayunar en casa? —pregunta mi padre, apoyándose en la puerta de la cocina y mirándome a mi, tratando de irme sin avisar.

Todo un chico malo, Demian, ¿qué es lo siguiente? ¿Robar un banco?

—He quedado con Ivanna, así que no, no voy a desayunar en casa —admití con una sonrisa inocente dibujada en los labios.

—¿Vas a salir solo...? Ya sabes cómo está la prensa últimamente, quizá lo mejor es que...

—Papá —lo interrumpí, él alzó las cejas casi con sorpresa, odia ser interrumpido (como muchos hombres de su clase, que están acostumbrados a que siempre se calle el mundo cuando ellos abren la boca), pero no pareció molesto porque yo lo hubiera hecho—, sé manejar la situación, ¿vale? Confía en mi.

—Confío en ti, en quien no confío es en esos buitres.

—Como mamá te escuche decir eso... —me burlo, pues era la broma que siempre sacaba cuando él hablaba mal de los periodistas. Tenía una relación de amor-odio con ellos, bueno, solo de odio, la única periodista por la que sentía amor era la pelirroja teñida que tenía como esposa.

—Como mamá te escuche a ti decir que sabes manejar la situación cuando es obvio que no... —es su turno de burlarse—. Venga, anda, tira para la cafetería y no hagas esperar a tu novia.

Asiento con la cabeza y me doy media vuelta para seguir con mi camino, pero en cuanto abro la puerta y pongo un pie fuera de la casa me vuelve a hablar.

—Ah, y una cosa —chasqueó su lengua contra su paladar—. No vuelvas a interrumpirme.

Pongo los ojos en blanco con fingida molestia y salgo, ignorando sus palabras. No necesitaba ahora una charlita sobre el respeto y la educación, ya había tenido suficientes. Y no porque fuera un irrespetuoso, que mi padre muchas veces creía que si, sino porque en este mundo hay factores esenciales y uno de ellos es no faltar el respeto. Había palabras que dolían más que ver a una empresa arruinarse.

Y en un entorno donde las palabras eran casi tan importantes como las acciones, había que morderse la lengua muy de vez en cuando.

Camino por la acera con despreocupación, sumido en mis pensamientos hasta que llego a la cafetería. Si, efectivamente, había hecho esperar a la morena porque ya estaba bebiendo un café con leche. ¡Hasta se había comido ya la galletita que te ponen para mojar!

—¿Cuánto tiempo llevas aquí? —pregunto nada más tomar asiento.

—La pregunta es, ¿tú a qué hora te levantas? —me mira burlona—. Hay que ser más madrugador, Demian, que ya no tienes doce añitos.

—No me molestes —le eché la lengua como si tuviera doce añitos—. Podrías haberme mandado un mensaje o algo.

—Lo hice —señaló—, incluso te llamé.

Ah, bien, pues igual tenía el teléfono en modo "no molestar".

Ja ja

Como si tuviera muchos amigos que me molestaran...

¡Cómo si tuviera amigos!

Bueno, vale, tengo amigos, solo estoy exagerando un poquito. Pero mis amigos me tienen abandonado y me hablan de pascuas en viernes.

—Olvídalo —pedí, haciendo una mueca.

Ella se ríe, pero la sonrisa empieza a desvanecer de su rostro cuando sus ojos se fijan en alguien más, concretamente alguien que estaba a mis espaldas. La escucho maldecir por lo bajo y después...

—¿Esto es jodidamente en serio? —la voz que tanto anhelaba se escuchaba más molesta que nunca—. ¿Solo fui diversión? ¿Yo ya no soy nada? —reclama—. No quiero que ni una sola palabra más vuelva a salir de tu puta boca, no me salpiques más de tu mierda. Nos hemos llevado muy bien hasta ahora, no quieres que de ahora en adelante nos llevemos mal.

—Julienne, ¿por qué no te relajas? —sugirió.

—Que se relaje tu puta madre y tú también, si quieres —espetó—. Yo no me merecía esto, tía, no sé qué mierda te he hecho para que todo tuviera que terminar como yo nunca quise que terminara.

—Es importante saber admitir una derrota —le dio un sorbo a su café antes de mirarla directamente a los ojos—. Y tú no sabes perder, guapa, eso lo he tenido muy claro desde el primer momento.

—Te juro que no te puto entiendo —ríe con ironía—. Yo no he perdido nada. Tú, en cambio, solo ganaste.

Me mira, sonriendo de lado. Aunque me obligo a devolverle el gesto no soy capaz.

—¿Sabes lo que pasa? —inquiere, juntando sus manos sobre la mesa—. Nuestro libro se terminó porque ya no había más capítulos que agregar, no nos quedaba historia. Ahora es momento de cambiar de libro y conocer a personajes diferentes.

Me duele hasta a mi.

—Nunca fui una gran lectora —susurra la pelirrosa al borde de las lágrimas—. Tú si, así que... Disfruta de la lectura y no me metas a mi en páginas que no me pertenecen.

Salió como había entrado, dejando el ambiente raro, dejándolo todo vacío y sin explicación.

Besos Cuestionados Where stories live. Discover now