Capítulo 21

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La cena.

La dichosa cena.

—Estás muy guapo, Demian —me halaga mi madre nada más verme.

La miro en el reflejo del espejo y sonrío. Ella sí que estaba muy guapa, vestía completamente de negro, con la ropa pegada al cuerpo y con un escote que manejaba a su gusto porque era de cremallera. Se notaba que no llevaba sujetador y le favorecía. Su cabello teñido de tonos anaranjados le daba un toque muy bello. No llevaba joyas, a excepción de los pendientes, su cuello estaba desnudo al igual que sus muñecas. En las manos solo llevaba un anillo, el de matrimonio, nada más para lucir.

En fin, mi madre, tremenda diosa.

—Tú lo estás mamá —admito, girándome para verla de frente—. Eres tan guapa...

—Demian, no me robes a mi mujer —escucho a mi padre decirme desde la puerta de la habitación, sus ojos también la miraban con fascinación.

Mi meta en la vida es que alguien me mire así de bonito.

—Yo ya tengo a mis mujeres, papá —murmuro con diversión—. Así que puedes estar tranquilo, no tengo complejo de Edipo.

Me gustan las historias con final feliz y esa sin duda no lo tiene, para leer ese tipo de cosas prefiero no leer.

—Bien, entonces no les hagamos esperar, es de mala educación —dice mi padre, agarrando a mi madre de la mano

Ya en el coche me atrevo a tomar el teléfono y enviarles un mensaje para decirles que ya estábamos de camino, la pelirrosa me responde con una foto de ellas dos. Ivanna llevaba un vestido negro grisáceo de lentejuelas, Julienne iba con una falda del mismo color y mismo material, pero de la parte de arriba vestía una camiseta negra junto a una americana. A las dos se les veía felices en la foto y eso fue suficiente para hacerme sonreír a mi como un tonto durante todo el viaje.

Al llegar le dije a mis padres que fueran entrando, que ya entraría yo cuando vinieran Julienne e Ivanna, sería muy descortés de mi parte no hacerlo. Me desabotoné los primeros botones de mi camisa, mirándome en el reflejo de la cristalera del restaurante, y tomé una profunda respiración cuando mi que su coche se estaba aparcando.

Las dos llevaban tacones. Genial. Ahora parecería muy bajo de estatura a su lado, lo que me faltaba.

—¡Demian! —la pelirrosa es la primera en llegar a mi lado, sonriendo casi con timidez—. ¿Estás seguro de querer hacer esto? Conozco a Ivanna y sé perfectamente que esto ha sido cosa suya, no tienes que pasar un momento incómodo con los que son tu familia solo por mi.

—Oh, vamos, tú te mereces estar aquí —le digo, sonriéndole—. No va a haber problema, no te preocupes.

—Llevas a dos chicas, cotilla, claro que habrá problema —dice la morena con tono burlón—. Igual dos es un número demasiado grande para ti que eres más de letras.

—Intentaré pasar por alto ese comentario —chasqueo mi lengua—. ¿Vamos o qué?

—¿Quieres tomarnos de la mano o algo?

Por querer quiero.

—Déjalo, ya tiene suficiente con que lidiar...

Entramos al restaurante y caminamos con decisión hasta la mesa de los magnates, ya estaban todos allí sentados conversando de algún tema que a nadie le interesaba más que a ellos mismos. Diego no se podía creer lo que estaba viendo, sus ojos me miraban con picardía y fascinación.

Si, querido amigo, me atreví a jugar al doble.

—Este... —aclaré mi garganta para llamar su atención—. Os presento a Ivanna y a Julienne, seguro que las conocéis.

—La hija de los Lancarte, ¿no es así? —cuestiona Zabdiel, levantándose para venir a saludar.

—Esa misma, señor.

—Oh, nada de señor, aquí hay que llamar a la gente por su nombre —dice divertido antes de dirigirse a Julienne—. Me gusta ese color de pelo, Julienne, quizá debería de probarlo.

—Te favorecería un montón —opina, alzando sus cejas.

Keshia, la novia de este, se echó unas risas de sólo imaginárselo. Fue suficiente para que Zabdiel también se riese, y con este todos los que estábamos allí presentes.

¿Qué era lo esencial en estas cenas?

El amor.

Las risas.

La unidad que formaban entre todos.

—¿Y las vas a presentar como tus amigas o como algo más? —la pregunta de Richard me pilló desprevenido, su hijo al notarlo le dio un pequeño codazo que pensaba que era disimulado, pero se equivocaba.

—Creo que ya sabes la respuesta a eso —dijo Ivanna al darse cuenta de que a mi no me salían las palabras.

—Si, claro que lo sabe, pero este hombre disfruta viendo sufrir a los demás —rodeó los ojos Sibylle—. No pongas al niño nervioso, anda. Habrá que ver a nuestro Nando en unos años...

—Mamá, no empieces —se quejó el recién nombrado.

Pero con eso fue suficiente para que los padres comenzaran a hablar de sus hijos como si no estuviéramos allí presentes. ¿No es genial?

Spoiler: no.

No cuando yo tenía a las dos chicas que me gustaban allí.

No cuando Fernando se sonrojaba.

No cuando Diego no disimulaba.

¡Dios! Que difícil era formar parte de esta familia.

Aunque para mi suerte no hubo demasiada tensión, no le dieron importancia a que llevara a dos chicas en lugar de solo a una. Fiamma incluso parecía orgullosa, aunque no lo dijera con palabras, había algo en sus ojos que me lo transmitía. Sabía que era la mejor amiga de papá desde jóvenes y que a mi me tenía especial cariño por eso, además de que siempre presume por ahí que fue cupido con mis padres. No sé si fue así, lo que sí sé es que tenía su aprobación.

¿Y que más daba la opinión de medio mundo cuando tenía a toda esta gente de mi lado?

A veces solo se hay que dejar llevar por el latir del corazón sin importar a qué ritmo vayan las pulsaciones. Al fin y al cabo es lo que te hace seguir viviendo.

Quédate con lo que te haga latir de verdad.

Besos Cuestionados Where stories live. Discover now