Capítulo 22

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—¿Puede quedarse esta noche con nosotras? —la pregunta de Julienne toma desprevenida a mi madre. No se la veía venir.

—Define "quedarse esta noche" —pidió, alzando una de sus cejas.

La pelirrosa sonrió, sabiendo que la tenía ya ganada si hablaba.

—A dormir, Leilany —aclara con rapidez—. ¿No creerás que...? ¡Ay, no! Para esas cosas no se pide permiso.

Mi madre no sonrió pero se le notaba en el rostro que le había causado gracia, todo era cuestión de conocer a la persona para ver sus expresiones y conocer lo que estaba sintiendo.

—Me gusta tu forma de ser, Julienne —admite ella.

—A mi me gustas tú —dice con completa sinceridad—. Si no es contigo, pues hay que probar suerte con tu hijo.

Esa tampoco se la veía venir.

—¿Te gusto yo? —esta vez si que se ríe, vaya que si lo hace—. Bueno, ¿que te puedo decir? Es normal, es normal.

Mírala que humilde.

—Mamá, deja de ser presumida, se nota que estar casada con papá te afecta —me entrometo en la conversación para que no salgan temas que no deben.

Ella hace un gesto para que me calle y Julienne casi me sonríe de manera burlona, de no ser porque estaba mi madre muy atenta a ella. Sin embargo, Ivanna se acerca poco después con mi padre, habían quedado a despedirse un ratito más que nosotros y por lo visto también habían hablado, se les notaba en la cara.

Sospechaba que había cosas que a mi no me estaban contando y eso, lejos de entristecerme, me daba ganas a continuar. Un buen periodista siempre tira del hilo de la curiosidad, no sería yo la excepción.

El mundo sería muy aburrido si todos lo supieran todo. Estamos acostumbrados a verlo así, es cierto, nada más levantarnos y encender la televisión ya nos están dando noticias, cuando entramos en redes sociales es más de lo mismo. ¿Y que se gana con eso? Generar interés.

Decía Azorín en "La voluntad": "Dentro de treinta años todos seremos periodistas, es decir, nadie sabrá nada de nada. Nos limitaremos a sospechar las cosas, lo cuál tiene una desventaja de que ahorra tiempo y no entristece el espíritu con la melancolía de las lecturas largas."

No sé si me gustan o no las lecturas largas, sé que me gusta informarme, saber más de lo necesario, no me conformo con lo justo.

E Ivanna tenía algo que la carcomía por dentro y que no se atrevía a contar en voz alta, algo que seguramente mi padre ya había descubierto por sí solito, algo que yo no tardaría mucho más en saber.

—¿Tú quieres ir, no? —mi madre estaba dispuesta a dejarme ir.

—Si, supongo.

—¿Supones?

—Quiero ir, mamá, déjame ir —puse los ojos en blanco con fingida molestia, ganándome un golpe en el hombro por su parte—. Volveré mañana sano y salvo.

—Más te vale —advierte y me da un cálido abrazo, de esos que te envuelven hasta el alma y te hacen olvidar todos y cada uno de los problemas—. No tengo inconveniente en que hagáis nada, estáis en la edad, pero usa protección, ¿tienes?

—Dios, mamá —balbuceo avergonzado—. No te preocupes.

—Soy muy joven para ser abuela, ¿sabes? —se quejó—. Así que nada de tonterías.

Lo tenía muy claro.

Yo también era muy joven para ser padre, no era algo que deseara hasta los veintitantos, primero iba a terminar mis estudios y después vivir un poco mi vida. Ya habría tiempo de sentar cabeza más tarde.

Con solo pensar en la vida de un adulto ya me entraba dolor de cabeza, no necesitaba que mi madre estuviera repitiéndome día a día las consecuencias.

—¿Eso es un si? —insiste Julienne, atrapando su labio inferior con sus dientes.

—Si —dice, alargando la vocal.

—Con razón me gustas tanto, Lei.

—Joder, pues si que tengo competencia, eh —se mofa mi padre—. Eres una mujer muy deseada, creo que todavía no queda claro que eres mía.

—Vámonos antes de que empiecen con su rollo caliente —pido.

Risas otra vez, claro que si, porque es muy gracioso reírse de un inocente niño que solo quiere alejarse de la perversidad.

Ah, ¿que digo?

Demian, que no has tomado nada, contrólate.

Me hacen caso al menos y tras despedirnos de mis padres vamos directos al coche de Ivanna, Julienne insiste en acompañarme en los asuntos traseros pero no se lo permito, sería de muy mal gusto.

—Bueno, Demian, es momento de decirte que le he mentido a la suegra —no parece lamentarse, sin embargo.

—¿En cual parte?

—En la de enrrollarnos —sonríe.

—¿Le estabas pidiendo permiso para...?

—Ella lo sabía, tenía cara de que lo sabía, las mujeres estas cosas las pillamos al vuelo. Los hombres, en cambio, necesitáis que os digamos las cosas de una manera muy directa, supongo que por eso estoy con otra mujer.

Acaba de insultar a los hombres... Y yo soy un hombre. ¿No es eso genial?

—Si cierro los ojos todavía puedo sentir tu lengua recorriendo mi coño —suspira, estirando su brazo para dejar su mano en la pierna de su novia—. La lengua es mi debilidad, creo que ya no es un secreto para nadie, ¿sabes cual es la debilidad de Ivanna?

—Shh —la calla, mirándola con una sonrisa traviesa—. Que lo descubra.

—Ah, si, me gusta eso, que lo descubra —sonríe de la misma manera y se voltea para verme—. Solo haremos esto si tú quieres, tiquismiquis, no tienes que sentirte presionado.

—¿Queréis que nos acostemos...?

—¿Ves? No es tan difícil entender las cosas, que chico más espabilado.

Deja las burlas que yo me estoy poniendo cachondo.

—Llevo deseándolo desde que os vi en aquella fiesta, supongo que ahora puedo decir que las fantasías si se hacen realidad —respondo, mirándolas con el brillo de la lujuria ya en las pupilas.

Tonto si, pero no como para desaprovechar semejante oportunidad. Ya me palpitaba todo el cuerpo de deseo con solo pensar en estas dos mujeres en la cama... Había tenido las manos de Ivanna en mi polla, había tenido mi lengua en el coño de Julienne, ¿pero las dos a la vez? Y más teniendo en cuenta que no había follado con ninguna. Jesús, María y José. Qué calor.

Besos Cuestionados Where stories live. Discover now