Capítulo 27

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Me duele la cabeza. Es un dolor constante que no se detiene desde el día de ayer. El ibuprofeno no me hace efecto. Me siento frustrado como nunca antes.

No era un día para estar en la empresa, pero si le decía a mi padre que no quería ir porque me dolía la cabeza de reiría de mi.

—Demian —me cede la palabra, sentándose él para que yo me levante.

Lo hago. Carraspeo mi garganta y empiezo con la presentación. Repasé los diferentes aspectos de la propuesta y todos permanecieron en silencio, con la mirada clavada en su copia. ¿Por qué estaban tan tranquilo?

Busco la mirada de Ivanna, que me miraba a mi, no como las restantes personas en la sala. Asintió con la cabeza para indicarme que siguiera, así que lo hice, mostrándome ahora con más seguridad.

—No ha estado mal —dice uno de los hombres allí presentes, la fría y calculadora mirada de mi padre no tarda en clavarse en él.

—¿No ha estado mal? —repite este, jugando con el bolígrafo que tenía entre sus dedos.

—Es un decir, señor... —sacude su cabeza—. Lo que quería decir era que está bastante bien.

—¿Bastante?

Papá, entiendo que estés orgullosos de tu hijo, pero basta. Por favor. Por favor. Por fa...

—Demasiado —se corrige por segunda vez, sonriendo con nerviosismo.

—Eso me parecía a mi, que bueno estar de acuerdo —sonríe mi progenitor con diversión.

Niego con la cabeza para después volver a sentarme y dejar que sea él quien cierre el asunto, yo solo quería terminar con todo por hoy y poder irme a casa a dormir. Si, a dormir, dormiría hasta el día siguiente si mi madre me lo permitía.

Cuando quiero darme cuenta, los socios ya se estaban levantando y mi padre se despedía de ellos con cortesía.

—Señor Colón, me gustaría quedarme aquí unos instantes a hablar algo con Demian, si me lo permite —la voz de la señorita Lancarte llega a mis oídos, cuando la miro, ella solo tiene ojos para mi padre pues está esperando una respuesta que no tarda en llegar.

—Desde luego que si —asiente con la cabeza—. Yo iba a dejar unas cosas al despacho y después irme a casa, podré esperar.

—Yo lo llevo a casa, despreocúpese por eso.

Los ojos verdes de mi padre se clavan en los míos para preguntarme si era eso lo que quería, me limito a asentir para hacerle saber que estaba bien, que no se preocupara.

—De acuerdo, vosotros veréis.

Me guiña un ojo, después se gira para sonreírle a Ivanna y despedirse de ella antes de abandonar la sala de reuniones y dejarlos a nosotros dos solos.

La última vez que nos dejaron a solas en esta misma sala de reuniones estaba la tensión sexual flotando en el aire.

—¿Te acuerdas? —pregunta caminando hacia mi, se apoya en la mesa y me hace levantarme de la silla.

—¿De cuando me manoseaste aquí?

—Exacto —ríe—. Creo que es momento de que lo hagas tú, te he visto estresado, no es bueno acumular ese tipo de tensión y menos a tu edad.

Puse mis manos en su cadera y me incliné para besarle los labios, ella correspondió gustosa a mi beso, adentrando su lengua en mi cavidad bucal para enredarse con la mía. Gimoteé contra sus labios cuando me empujó más hacia su cuerpo.

—Vamos, Demian —me incitó jadeante.

Me relamí los labios y bajé por su barbilla dejando pequeños besos, mis manos buscaron el extremo de su vestido para alzarlo hasta que no fuera un impedimento. No llevaba medias. Su piel morena lucía tal cual era. Sus ojos me miran cuando levanto la mirada.

—¿Aquí?

—No me digas que no quieres porque estarías mintiendo.

Dios. Claro que quería, pero no nos olvidemos que estamos en la empresa de mi padre, que cualquiera podría entrar y vernos allí de esa forma tan comprometedora.

Es ella quien se baja las bragas y me las extiende. ¿Me las regalaba o qué?

—Para ti.

—¿Para mi?

Ivanna alza las cejas y después deja escapar una carcajada desde lo más profundo de su garganta.

—De recuerdo, no para que tú las uses.

Oh.

Que puta vergüenza, tío.

Sacudí mi cabeza y me puse serio, que un momento de despiste no me jodiera el polvo, por favor.

Le separé las piernas cuando se subió por completo a la mesa y llevé mis dedos a su húmedo coño, acaricié su palpitante clítoris para después dejar que resbalaran hasta su entrada y se hundieran en ella, una y otra vez. Se mordió los labios e intentó (sin éxito) contener sus gemidos.

—Por favor...

—¿Me estás rogando, Ivanna? —pregunto, sonriendo socarrón—. Recuerdo que dijimos que íbamos a jugar juntos y míranos ahora.

—Estamos jugando.

—Llevamos jugando desde que nos vimos por primera vez, guapa —doblo mis dedos en su interior, haciéndola gemir.

Llevo mi mano libre a mi pantalón para bajar la cremallera y liberar mi polla, la bombeo un poco, pues estaba lo suficientemente empalmado como para metérsela. Retiro los dedos para que vuelvan a su función inicial, acariciarle el clítoris.

—Mírame.

Sus oscuros ojos se clavan en los míos y yo empujo mis caderas hacia delante para empezar a follarla, ambos gemimos casi al unísono, la mezcla de nuestras respiraciones se produce cuando me inclino hacia delante y llevo mi mano a su cuello, empujándola para que su espalda quedase pegada a la mesa. Su cabello se despeina y cae libremente en la superficie de madera sobre la que estaba su cuerpo. No se esperaba ese movimiento, pero la excita.

—Te ha gustado, ¿eh?

—Me han follado mejor —me provoca.

Quiero reírme, pero la lujuria no me lo permite, estoy más centrado en que todos mis movimientos se coordinen.

—Me vas a suplicar para que te corras, Ivanna.

Ella niega con la cabeza, pero yo también podía ser terco si me lo proponía. Con cada embestida se apretaba más, era cuestión de poco tiempo para que se corriera y yo no le iba a dejar. Reduje la velocidad, escuchándola quejarse, así constantemente, acercándola al orgasmo y después dejando que se desvaneciera.

—Eres un capullo —siseó.

—Un capullo que puede hacer que te corras si solo se lo pides.

Cierra los ojos con fuerza y suspira, clavando sus uñas en mi camisa.

—Por favor —pidió en voz baja.

—¿Por favor qué?

—Deja que me corra, joder —movió sus caderas, necesitada.

Se me escapó una risa de los labios. Yo también lo estaba sufriendo, me empezaban a doler las bolas de solo atrasar el orgasmo, pero merecía la pena porque había conseguido lo que quería.

Dejo de sujetar su cuello y llevo mis labios allí para succionar la piel de este mientras me corría en su interior y dejaba que ella también lo hiciera, una mezcla de nuestros fluidos no tardó en hacerse ver deslizándose por la cara interna de sus muslos.

Me retiro para tomar un pañuelo y limpiarla, ella me mira jadeante, incrédula de lo que acababa de pasar.

—Menudo polvo, ¿eh? —le guiño un ojo—. Atrévete ahora a decir que te han follado mejor.

—Eres un engreído —ríe entre dientes mientras baja su vestido.

Si, parece ser que ese mismo era yo. No me arrepentía de serlo, esta vez tenía motivos suficientes para ser engreído y ella lo sabía mejor que nadie.

Besos Cuestionados Donde viven las historias. Descúbrelo ahora