Capítulo 3 - Despedida.

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Siempre he creído que tengo mala suerte. Y hoy, no es la excepción.

—Lo siento Sam. —dijo mi jefe entregándome el último pago que iba a recibir de él — Se sale de mis manos.

—No es su culpa —dije cabizbaja. — después de todo, no fui cuidadosa.

—Estoy seguro que encontrarás otro trabajo.

—Eso espero.

Tomé el dinero y salí de su oficina.

Efectivamente lo que temía se hizo realidad. Me habían despedido.

Adivinen quién era el jefe del autolavado. Resulta, que el papasito al que le arrojé el balde de agua era el jefe de mi jefe, es decir, elsuperduper, el mandamás. ¡El jodido dueño del negocio!

¡Me despidieron y la culpa fue del pendejo que salió del auto!

Salí del pasillo muy triste. Y cuando levanté mi vista. Estaba el papasito usando su teléfono en toda la entrada.

¡El muy maldito no se había ido!

Quizás quería ver mi cara de vergüenza. Pero se iba a llevar una gran decepción.

Me erguí, puse mi cara de felicidad más grande y comencé a caminar con confianza. No tendría dinero, pero si me sentía orgullosa de quien era.

—Espero que con esto aprenda a ser más precavida. — dijo el hombre apenas pasé por su lado.

Mis bragas se mojaron. ¿Tenía una voz tan sexi cuando había hablado antes?

¡Si la tenía no me había dado cuenta!

—Una disculpa. — pedazo de escoria– No volverá a pasar.

—Es más que seguro. No trabajará más aquí.

Auch.

—Sí. —dije cabizbaja y luego sonreí muy entusiasmada. — ¿Pero sabe? ¡me hizo un gran favor!

Levantó su vista del teléfono y me miró dudoso.

—No me diga. —asentí muy alegre — ¿Puedo saber el por qué le hice un favor?

—Porque este trabajo es muy malo.

—¿Malo? —volví a asentir y el pareció ofenderse. —No hay un autolavado con mejor clase, garantía y atención que este.

—Creo que está equivocado señor.

—Entonces ilumíname preciosa porque no te entiendo. —se cruzó de brazos y me miró fijamente.

Lo observé un rato.

Este hombre debía llamar mucho la atención. Su altura, porte y rasgos faciales eran perfectos. Su rostro fino, contrastaba a la perfección con sus labios gruesos.
Su traje, algo mojado, se ceñía perfectamente a su cuerpo trabajado. Sin embargo, lo que más me llamaba la atención, eran esos ojos negros tan penetrantes e inexpresivos. Unos ojos, que seguro habrían enamorado a más de una mujer. No se veía tan viejo. Quizás unos 27 - 28 años.

—Señor, — dije anonadada. — las personas que vienen a su autolavado, no lo hacen por su clase o garantía. Ellos vienen a ver a mis compañeras. Bueno, a mis exs compañeras.

Él me miró algo confundido.

—¿Por qué vendrían sólo a eso?

—Vea sus trajes. — dije señalando a Susan, mi compañera. Él miró en la dirección que señalaba. — ¿Puede verlo? ¡se le ve hasta el alma!

Colocó una mano en su mentón y siguió escuchándome sin dejar de mirar a Susan.

—No vienen aquí por la atención. Vienen a ver nuestros cuerpos. —dije algo triste — A nosotras nos obligan a hacer el trabajo más sucio. Casi estamos desnudas. ¡Y hasta las 2 de la mañana! ¿Sabe el maldito frío que hace?

El Duro corazón del Narco [EDITANDO]Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ