Prólogo.

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Creo en las personas que están a nuestro lado para protegernos. También, en aquellos que simplemente se acercan con propósitos destructivos y malos para nuestra vida. Que no les importa quienes somos, o que significamos. Solo llegan, y se van. Como la brisa.

En mi niñez solía relacionarme mucho con mis amigos. Creía en personas cercanas a mí, pensando que eran las más seguras. Confiaba en que mis padres siempre estarían conmigo.

Pero, como siempre, tendemos a equivocarnos. La vida hace lo que se le pegue la gana. Nos quita y nos presenta gente. Y nosotros, solo debemos aprender a vivir con ello. A veces simplemente deja a las personas incorrectas, y nos quita a las correctas.

Sin embargo, no todo es tan malo. Porque cuando creemos que todo va de mal en peor. Llega aquello que por algún motivo no esperamos, aquello que nos ilumina. Aquello que nos sorprende y enseña, que la vida es mejor de lo se ve.

Porque la vida, es un mundo de muchos colores, y solo nosotros, decidimos de qué color pintarlo.

—Samantha. —dijo un hombre de voz fuerte. —A partir de ahora me haré cargo de ti.

La chica, con lagrimas en los ojos, miraba desde su cama al hombre que acababa de presentarse como su tío.

Habían pasado aproximadamente dos horas desde que habían sepultado a sus padres. Su rostro estaba levemente hinchado, su nariz, tapada, y su delicada piel blanca, estaba roja.

—¿Cómo se llama? — preguntó la pequeña niña acercándose.

—Arturo.

—¿Tenemos que mudarnos?

—No, viviremos aquí. Yo trabajaré y tú harás las cosas de la casa.

—¿Y la escuela? Todavía estoy estudiando.

El hombre la miro un momento. Era muy hermosa. No se parecía en nada a su estúpido sobrino.

—Podrás ir. Pero solo si te portas bien conmigo. —acarició su hombro con delicadeza— ¿Sabes cómo?

—No. — respondió con inocencia la pequeña niña.

—No te preocupes. Yo te enseñaré todo lo que tengas que saber.

El Duro corazón del Narco [EDITANDO]Where stories live. Discover now