Capítulo 35: Preciosa.

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No me gusta levantarme temprano en las mañanas, y más en fin de semana, el sábado que escoges para descansar después de tantos días de estudio; pero todo es diferente cuando tienes una motivación, algo que te jala, algo que te susurra al oído y te saca a patadas de la cama. Algo que hace que abras los ojos. fingiendo escuchar una alarma que para los otros fue silenciosa, pero para ti, más que suficiente.

Esa es la motivación que necesitas.

Yo, Lale, jamás en mi vida me he despertado por mi propia cuenta un sábado a las 8 de la mañana. En mi casa este día se aprovecha para dormir hasta las 9 o a las 10. Por lo visto, esta vez para mí no iba a ser así.

Tomé mi celular, me puse los audífonos y fui a la cocina a preparar el desayuno. Me estaba engañando a mí misma, estaba fingiendo que estaba bien, y me sentía bien haciéndolo. Ahora, cuando revolvía la leche y le añadía las cucharaditas de azúcar, mi mente aún no había procesado nada, estaba en piloto automático y mi corazón agradecía por eso.

¿A veces nos pasa, verdad? Por un momento nos olvidamos de nuestros problemas, algo loco, que no entiendo. ¿Solo por una pequeña motivación se le puede cambiar el color al día?

La decepción se hizo cada vez más pequeña, o eso creo. No, no era así, la estaba cubriendo, cubriendo con miles de mantas para que no se notara esa herida tan profunda. Solo deseaba que nadie destruyese el muro que estaba construyendo a mi alrededor, en el que me subía cada vez más, para evitar el dolor, y la caída en cuestión de segundos duraría menos que todas las horas en las que me esforcé para fingir que había olvidado todo.

Tomé la taza de leche entre mis manos y la llevé hasta la mesa, dejando un poco para los demás. Mis padres se levantaron y luego de la gran sorpresa de ver a su hija haciendo el desayuno y sobre todo, despierta, Rosalía llegó a casa.

—Buenos días —saludó y me dio un medio abrazo despeluzando mis cabellos—. ¿Se te olvidó peinarte, peluza?

—Mala —hice un puchero y ella rió—, al contrario, felicítame que me levanté por mi propia cuenta y hasta hice el desayuno.

Comencé a caminar hacia la mesa del comedor y Rosalía me seguía, recibiendo el "buenos días" de mi mamá y mi papá.

—¡No me digas! No te creo.

—Pues mira, Rosalía, que yo tampoco me lo creía, pero hizo el desayuno y todo —le dijo mi madre después de que mi amiga los saludara a ambos.

—¡Parece que esos 15 motivan a la gente! —exclamó y yo me reía.

—¡Así mismo! —sobresalió mi padre y así empezamos a alegrarnos el día.

Luego de que pidiera a Rosalía que me acompañara al cuarto y que ella me insistiera para ayudarme a hacer la cama, que por caprichosa casi la tiende ella, saqué todos los folletos y los lancé hacia esta.

—Okay, tenemos un gran problema —dijo mirándolos a todos y sentándose para tomar uno entre sus manos.

—Ni me lo digas.

—Empecemos descartando las que menos sean atractivas y después llegaremos a las que más te llamen la atención —propuso y entonces asentí.

—Estoy de acuerdo.

Jamás pensé que resultaría tan difícil tomar una decisión. Como dije antes, todas me gustaban, pero a cierta precisión de detalles habían algunas que sobresalían más que otras.

Cuando investigamos a fondo descubrí que algunos estudios no eran tan buenos como esperaba y que otros guardaban más de lo que hacían parecer en esas fotos de quinceañeras.

Solo Mi Corazón Lo Sabe (SMCLS #1) ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora