24 - Aires de libertad

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Once años después…

Harry esperaba apoyado en su Rolls-Royce Wraith la inminente salida de su amiga Luna de la prisión de Belmarsh. Habían pasado once largos años y muchas apelaciones y recursos para sacarla de la cárcel. La desorbitada cifra de libras que se había gastado Harry en abogados y papeleos, bien merecía la pena por ver a su querida amiga libre. Para su desgracia, nada de eso lo hubiera podido hacer sin la ayuda de su novio/secuestrador/casi violador/maltratador personal; Draco Malfoy. Once años junto a su verdugo y monstruo de sus pesadillas. Quiso escapar, demasiadas veces dejarlo, pero temía que al perturbado se le cayera un tornillo y se convirtiera en un monstruo nuevamente. O lo que es peor, que terminara lo que empezó en el aseo de su casa una vez, hace ya mucho tiempo; violarlo y matarlo.

Se incorporó del capó al ver a su amiga aparecer con las huesudas muñecas engrilladas y flanqueada por dos hombres de seguridad armados. Ese año cumplirían veintinueve, lo mejor de la juventud ya había pasado, pero le daría una adultez inmejorable con su dinero. Luna se aproximó con la sonrisa más reluciente que jamás haya visto, alborotando el viento su melena corta hasta la nuca y una delgadez preocupante. Un cambio radical, como el de él, pues su indómita cabellera morena la tenía más corta de lo que había lucido nunca. Ya no llevaba gafas y sus facciones, al igual que las de Luna, resultaban más duras y angulares.

—Hola, Harry.

Los guardias le quitaron los grilletes y le tendieron la bolsa con sus pertenencias.

—Luna…

Ambos se fundieron en un abrazo largo, íntimo y necesitado. Once años sin poder tocarse, hablando por un teléfono y viéndose las caras tras un cristal blindado durante poco rato. Luna vivía la realidad del mundo exterior únicamente a través de Harry y Ron porque su familia le dio la espalda, al igual que el resto de amigos. Neville la había visitado unas cuantas veces, pero al mudarse lejos y la distancia impuso un muro de hielo y dejadez entre ambos. Inspiraron profundamente para controlar las emociones que pugnaban por salir a través de sus melancólicos ojos y hablaron mejilla con mejilla.

—No me arrepiento de nada, Harry —susurró contra su oído mientras olfateaba los olores de la libertad y el perfume caro de su amigo.

—Lo sé.

Deshicieron el abrazo para verse las caras emocionadas y las miradas vidriosas durante unos momentos de privacidad y después subieron al coche rumbo a casa.

—Solo me quedáis vosotros…  Los únicos que habéis preocupado por mí, ni tan siquiera mi familia… Neville se cansó y Hermione parece que me ha crucificado.

—No lo tengas en cuenta, cada uno afronta las cosas como sabe o puede. El rencor no sirve para nada más que para hacernos daño a nosotros mismos.

—Es en las horas más bajas cuando te das cuenta de muchas cosas. —Luna disfrutaba del viento azotando su deslucida melena rubia.

—Todos hemos cambiado, muchísimo —crispó las manos en el volante sin apartar la vista de la carretera.

—¿Eso lo dices por nuestros antiguos amigos, por ti o por Draco? —desvío la mirada del bucólico paisaje para observarlo detenidamente—. Porque te aseguro que yo no he cambiado un ápice, solo me he endurecido más.

—Lo digo por casi todos.

—Excepto por… —continuó manteniendo el suspense.

—No estoy seguro, no sé si he cambiado realmente, o si Draco ha cambiado, o si Theodore también. Pero Neville no ha cambiado nada. Cuando lo dejaron, se mudó a Cornualles y comenzó una terapia para la depresión. Toma más pastillas que un demente internado, no ha superado la relación.

El patito feo: OrigenWhere stories live. Discover now