32 - La última cena II

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En un momento dado, imbuido por el clima enrarecido y los silencios incómodos, Harry reunió el valor para hablar con su amigo Ronald. No era el momento ni el lugar, pero sabía que después de aquella cena, y con el orgullo que presumían ambos, sería imposible volver a hablar las cosas cara a cara. Inspiró hondo y esperó pacientemente a calmarse lo suficiente; miró de soslayo al pelirrojo, que juzgaba con masticares fieros y el rostro contrito a Luna, y abrió por fin la boca, preparado para lo que le sucediera.

—Ronald, acompáñame fuera, que quiero hablar en privado contigo —le indicó con una mano hacia la salida.

El pelirrojo asintió extrañado y se levantó para seguirlo. Una vez fuera, y lejos de los grupos de fumadores, Harry le encaró con determinación.

—Si se te ocurre terminar el trabajo con Draco, te mataré sin dudarlo.

—¡Harry! —exclamó estupefacto por la amenaza.

—¡Harry, nada!, nadie tiene derecho a elegir por mí. Nadie tiene que salvarme, excepto yo mismo, nadie va a pelear por mí. Se acabaron las muertes, ¡todo! Estoy hartísimo de que se os vaya la cabeza. Draco pende de un hilo ¡Maldito hijo de puta! —espetó entre dientes, rabioso—. Sí, casi me mata y me viola, pero no lo hizo, se arrepintió, y durante once malditos años se ha dedicado a quererme. No me ha levantado la mano, ni un dedo, no me ha forzado de ninguna manera para tener sexo, no me ha levantado la voz ni un puto decibelio. Es una sombra sin vida, lo tengo claro. Ya no hay un monstruo, lo mató, y de paso, se mató a él mismo, a su forma de ser.

Ronald le observaba perplejo casi sin pestañear. —Tú verás —contestó molesto—. No entiendo qué ha pasado contigo.

—Pasa que a las malas también te llevas grandes decepciones de tus amigos, que no es como yo pensaba. Acepta morir, ¡joder!, lo acepta sin oposición, sin luchar, sin rencor ni deseos de venganza. Sigue creyéndose merecedor de todo lo malo que le pueda pasar porque no se ha perdonado. Creo que eso es suficiente penitencia ¿No crees? Esa, y la de aguantar mi rechazo y mi falta de entrega cada día, y aun así, estar ahí al pie del cañón.

Se giró exasperado y se metió dentro del local sin esperarle, no podía continuar con el enfrentamiento sin sucumbir a la ira ardiente que bullía por sus venas y le impelía a hacer lo mismo que recriminaba a sus amigos. Cuando entró, un vociferio llegó a sus oídos, atrayendo la atención de todas las mesas que se mantenían en silencio ante tal acalorado espectáculo. Neville y Luna estaban discutiendo y Hermione intercedía a favor de Neville.

—¡Te maltrataba, joder! —recriminó la rubia sin atisbo de vergüenza.

—Era un bullero, pero tus amenazas se pasan de la raya.

—De verdad, Luna. Es que parece que no hayas madurado ni entrado en razón —intercedía exasperada Hermy.

—Me estoy cansando de tanta mierda… —escuchó decir a Theo en tono irritante mientras se acercaba a la mesa.

—¡Tú, cállate! Que mi amigo tiene una depresión de caballo por tu culpa.

—¡¿Qué?!

— Estupendo, Luna, estupendo…

Neville se levantó de golpe y se fue corriendo a los baños. Lo que había dicho Luna, no solo delante de Theo, sino de todos los exalumnos, le había hecho sentir una humillación inigualable. Theodore fue tras él, al tiempo que Harry aparecía en la mesa con Ronald a sus espaldas, ambos desconcertados.

—Es que no se os puede dejar solos ni un segundo.

—Me siento atacada —se defendió Luna por el reproche del moreno.

El patito feo: OrigenWhere stories live. Discover now