28 - Entre dos mundos

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Una ducha fría, un cambio de muda y un desayuno/comida pobre y apresurado, antes de salir de casa con la mochila surtida de enseres para pasar el día en el hospital. Recuperó el coche y condujo en dirección a la comisaría, pues quería quitarse la declaración cuanto antes de encima. No había leído los mensajes de Luna y tampoco tenía prisa. ¿Dónde estaban? A saber… Ya averiguaría después de pasar el mal trago de la declaración.

Una vez dentro, comprobó que su amigo ya no estaba entre rejas.

—¿Señor Potter? Pase por aquí —le indicó el recepcionista con aspecto de policía.

—Buenos días, gracias…

Entró en el despacho señalado, encontrando al mismo hombre del hospital sentado y mirándole con expresión severa.

—Tome asiento, por favor. —Señaló con el brazo extendido la silla que había frente al escritorio repleto de papeles y carpetas. Así hizo, fingiendo estar relajado y tranquilo—. ¿Cómo se encuentra el señor Malfoy?

—Pues realmente mal, está en la UCI inducido en un coma porque tiene los pulmones reventados, el bazo extirpado y con la muerte sobrevolando su cabeza.

La contestación tenía un tinte más resentido que triste.

—Lamento oír eso, esperemos que todo resulte bien.

El policía carraspeó incómodo y sacó una carpeta con folios, la misma que tenía en el hospital cuando lo estaba interrogando.

—Yo también lo lamento.

No mucho antes, era un mar de lágrimas; ahora era una piedra, un Dios colérico amenazando con explotar.

—¿Por qué cree que Ronald Weasley se enfureció tanto por no saber que su pareja le pegó una paliza hace once años?

“¡¿Y qué mierdas importa Ronald en eso?!” —pensó con fastidio.

—Porque es el típico amigo que se mete en todos los fregados, porque necesita estar en el meollo de todo, controlar lo que se cuece; porque no soporta no saber algo, porque está pasando por un divorcio complicado y ha decidido mezclar ambas cosas y utilizar a mi novio como chivo expiatorio.

—Eso no fue lo que me contestó hace unas horas.

—Hace unas horas tenía la mente en otra parte y no pensaba con claridad. Hace unas horas no quería comprometer a mi amigo, a pesar de ser el culpable de que mi novio esté ahora en la UCI luchando por su vida. —El tenso silencio hizo su aparición durante varios segundos, después continuó—. Mire, agente; mi amigo no es violento, ha tenido sus idas de olla, pero todas justificadas. Es muy rencoroso y las rencillas del pasado le siguen carcomiendo, al igual que a mi amiga. Le ha dado una paliza por todo, por no saberlo, por creer que le estaba dando su merecido al abusón de la uni, porque está pasando un mal momento… Se le ha juntado todo y ha explotado, el problema es que esta vez se ha pasado muchísimo de la raya.

—No podemos pedirle a la víctima que interponga una denuncia, aunque puede hacerlo usted en su nombre.

— No, no voy a denunciarle.

Los odiaba, pero no tanto.

—Dígame, ¿Qué pasó el día que ingresó en el hospital por una severa contusión craneal y derrame?

Resopló cansado, no quería recordar y menos tener que mentir.

“¿Por qué mentir?” —se preguntó contrariado. Era una oportunidad de oro para que se hiciera justicia; el momento de revelar todo cuanto tuvo que callar por miedo y falta de apoyo.

—A la policía le conté que me di contra el borde del lavabo, pero no es cierto. —El agente comenzó a escribir frenéticamente, deslizando los dedos ágiles sobre el teclado—. Mi novio y yo habíamos quedado en su casa para enterrar el hacha de guerra, hacer las paces y empezar de nuevo. En un momento dado, quise ir al baño y me indicó el más cercano, que estaba en el sótano. Cuando fui a bajar las escaleras apareció por detrás y me empujó. Me sostuve a la barandilla como pude, pero finalmente caí y me di en la cabeza.

El patito feo: OrigenWhere stories live. Discover now