Capitulo 3

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Me arme de valor y di dos golpes en la puerta antes de entrar en aquella oficina.

—Adelante —escuche una voz detrás de esta.

Puedes hacerlo Chiara.

Respire profundamente. Atravesé la puerta, la cerré a mis espaldas y encontré a Alessandro con su vista puesta en una carpeta.

—Señor Marchetti —dije presa del miedo mientras me acercaba a su enorme escritorio—. Yo...

Él levanto su rostro y lo fijo furioso en el mío.

—Creí ser claro en que olvidaríamos aquella bochornosa situación —respondió serio.

—También lo quería así, pero ha sucedido que...

Él no me dejo hablar, se levantó abruptamente de la mesa y rebusco algo entre su pantalón.

—Sabía que algo como esto sucedería, debí darte una buena suma de dinero aquel día. ¿Cómo pude dejarla ir así sin más?

—Déjeme hablar primero —pedí.

Él extendió una chequera encima de su escritorio, firmo y luego se encamino hasta donde me encontraba.

—Aquí tienes, es un cheque en blanco, puedes poner la suma de dinero que quieras en el. Ahora puedes marcharte.

Apreté con fuerza mis labios, se estaba ganando un golpe en su rostro de mi parte.

—¿Cree que he venido aquí por dinero? —bufe—. Estúpido.

—¿Por qué mas vendría aquí? —enarco una ceja—. No creo que sea para saludar—se giró hasta regresar a su escritorio.

—Estoy embarazada —fui directa.

Alessandro detuvo sus pasos.

—Tendremos un bebé y no sé qué demonios hacer con mi vida, no sé ni cómo decirle a mis padres, mi vida cambió, estoy perdida —las lágrimas se acumularon en mis mejillas—. Usted es la única persona a la cual puedo recurrir.

Él giro su cuerpo hasta mí, su rostro lucía pálido.

—¿Te molesta si me tomo un whisky? —pregunto.

Lo vi acercarse a un mini bar que tenía a un lado, saco de allí una botella de whisky y la vertió en un vaso que después llevo a su boca para tomar de un solo trago. Luego se regresó con la botella en sus manos a donde estaba.

—¿Acaso he escuchado bien? ¿Dices que estas embarazada?

Asentí.

—¿Y que el bebé es mío?

Asentí.

—Joder.

—Lo he comprobado con un examen de sangre esta mañana —rebusque en mi mochila aquel papel y lo extendí en sus manos—. Tres semanas y media.

Él se sentó en su silla. Apretó sus labios.

—¿No piensa decirme nada?

Paso sus manos por su cabello castaño desordenándolo.

—Diré, que esto es una completa barbaridad.

—¿Qué cree que pienso yo de esto? ¿Cree que estoy muy feliz con la noticia? Mi vida hasta hace unas semanas estaba bien y ahora, tendré un hijo de un extraño.

—No sé si el bebé es mío.

Cerré mis parpados con fuerza. Era obvio que desconfiara de mí. Así le que revele lo que aquella vez se me fue imposible decir.

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