𝟬𝟮

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Sus días se habían resumido en el traqueteo constante de las ruedas de madera, en siestas largas después de marearse leyendo, en escuchar a su padre contarles historias de sus batallas, acariciar los mechones negros de Catriel y reírle las gracias que soltaba. Habían parado tantas veces a pasar noche en hostales de pueblos pequeños, a comer en movimiento o incluso hacer hogueras para sentarse junto a ellas.

Corrieron por el bosque en los cortos momentos que su padre les dejaba estirar las piernas, los hermanos siempre juntos, sin separarse, todo desde la vez que Dela se alejó más de la cuenta.

No dejaba de ser una niña de diez años que poco había salido de su zona de confort, que había vivido leyendo libros y las aventuras en ellos, por eso cuando se le dio la libertad de explorar ella la tomó. Camino entre los árboles, escuchando las voces de los caballeros a su espalda, con las hojas crujiendo bajo sus pies y remangadose el vestido para no pisarlo, el aire estaba húmedo de la noche anterior y aún hacía frío al haber dejado hace poco el norte.

Camino todo lo que sus piernas le dejaron, danzando entre los árboles y aspirando el aroma, vio ardillas y escucho el trinar de los pájaros, disfruto del sol en su cara y persigue un conejo, ensimismada, en su propio mundo, disfrutando de aquello. Dejando de escuchar los murmullos y quedándose completamente en silencio, entre césped y ramas rotas, con los rayos colándose entre las copas de los árboles, pero sola.

–¿Catriel?

El llamado le salió ahogado, casi como un susurro mientras miraba sus alrededores, sin escuchar ninguna voz, ningún ruido más allá de sus propias pisadas y de su respiración. Giro sobre sí misma intentando encontrar un ápice de reconocimiento, perdiendo la fé y consumiendo el pánico.

Fue, lo que creyó que era un rugido, que la dejo quieta, agachada en el suelo y tapándose los oídos, presa del pánico, llena de miedo. Era el dragón y el villano tuerto de los cuentos de su madre, ella no tenía su caballero, no tenía espada ni defensa, no tenía escapatoria.

–¡Delanay!

Lloró en brazos de su hermano, quien a poco le importo mancharse las rodillas del pantalón al agacharse a abrazarla, quien gritó que la había encontrado, quien escuchó las palabras de pánico de su hermana sobre un dragón tuerto y un jinete desalmado.

Por eso Delanay no se separaba ahora de su hermano, más por preferencia de ella que por petición de su padre, siguió caminando entre los árboles, pero de la mano de alguien, con uno de los caballeros de su padre siempre detrás, a la vista de todos y con la posibilidad de volver a leer un libro sentada junto a la hoguera.

El susto le duró todo el camino, todo el interminable viaje desde su hogar hasta Desembarco, donde se encogió en el carruaje al ver dragones sobrevolar los cielos, buscando el consuelo de su hermano quien solo se encontraba maravillado, algunas palabras de su padre que solo sonreía al ver la emoción de su hijo.

Cuando el vehículo se paro frente a las puertas de la fortaleza roja, Catriel no tardó en salir de un saltó del carruaje, seguido por su padre, mientras que Dela tuvo que reunir todo su valor para apenas dar dos pasos con las piernas temblorosas, siendo sacada casi en brazos por su padre y con la mirada atenta de los guardias imperiales.

Sabia que el símbolo de su madre eran los dragones, su padre solía contarles historias de Aegon el conquistador y del imponente dragón del rey Jahaerys, quien no se comparaba a Balerion. Aquellas historias estaban haciendo eco en la cabeza de la joven, repitiendo una y otra vez aquel día en el bosque, los cuentos de su madre y las historias que había leído.

Trastabilló con sus propios pies cuando se presentaron al Rey Viserys, quien les dedicó una enorme sonrisa y profirió cuán feliz estaba de tener a parte de su familia en el castillo.

Delanay  ━━ Aemond Targaryen. ━━Where stories live. Discover now