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—Por eso conseguí salir de allí... Aquel día no hubo nadie que me ayudó a escapar. Ninguna persona me abrió la puerta. Yo maté a ese hombre a sangre fría... ¡Soy la responsable de todo!

Comenzó a caminar con nerviosismo. Un paso hacia delante, dos hacia atrás. Tres hacia delante, uno hacia atrás. Se agarró el cabello con las manos ante la comprensión de sus actos pasados: ella había utilizado inconscientemente la Fuerza ese día para escapar, alimentada por la ira y el desconsuelo acumulados en su interior.

—Mi padre vivió en Coruscant. Él formaba parte de la Orden Jedi, y yo tengo los mismos poderes que él. —Elena se miró las palmas de las manos que habían estado manchadas por la sangre de otra persona en el pasado—. Perdón por no habértelo dicho antes. Perdón por haberte escondido algo así. Sé que estuvo mal. Perdóname...

En ese preciso momento fue cuando Elena llegó a comprenderlo todo: la voz que le había hablado esa mañana, la que venía de su interior, era la misma que le había hablado hacía ya tiempo, cuando todavía estaba en Nevarro. Esa voz la había engatusado, le había mentido y le había hecho cometer actos terribles. Era la parte oscura de ella.

Si bien la había ayudado a escapar, aquella voz estaba fuera de control, y mientras estuviera allí, nadie estaría en seguridad cerca de ella. No hasta que consiguiera someterla y controlarla.

Din se quedó de pie sin moverse, sintiendo que sus botas le pesaban toneladas. Todo comenzaba a cobrar sentido ahora. El cómo había escapado, el por qué sus padres y su hermana le habían tenido tanto miedo, y la manera en la que ella había conseguido ver sus recuerdos de infancia el día en el que Elena le había tocado el rostro.

—Está bien. No estás obligada a decírmelo todo. Necesitabas un tiempo.

Din intentó tranquilizarla de alguna manera, sabiendo perfectamente lo sensible que ella era, y sus palabras eran de lo más sinceras. Intentó alcanzarla con su mano, pero ella se apartó.

—¡No! No te acerques a mí... Podría hacerte daño. Soy malvada, y ni siquiera me doy cuenta de ello.

Sus muslos chocaron de golpe con la mesa, que la hizo tambalearse.

—No hay nada de maldad en ti.

La barbilla de Elena parecía ligeramente levantada cuando las comisuras de sus labios bajaron. Todo su lenguaje corporal advertía que estaba a punto de romper en llanto.

—¡Sí que la hay! ¿No lo ves? —Su voz se quebró. Sonó aguda y suplicante—. ¿No ves que esto es algo que me supera? Si vuelvo a sentirme como ese día, si vuelvo a dejar que todas mis emociones negativas tomen la delantera, podría herirte a ti o a otra persona. Me niego a correr ese riesgo...

Din decidió inclinarse por un enfoque diferente para hacerle frente a la situación. Guardó las distancias, evitando cualquier contacto físico con ella, y probó de calmarla con palabras.

—Escucha, no eres así. Nada de todo esto te convierte en cualquier cosa que puedas llegar a imaginar. Hiciste lo que tenías que hacer.

Elena contrajo las cejas, arrugando la frente. A pesar de haberle ocultado la verdad, Din no dejó de mirarla de la misma manera en la que lo había hecho siempre. Ella siempre sería su Cyare. Era la promesa última que se habían hecho; una promesa inquebrantable frente a todo lo demás.

—¿Pero no tienes miedo de esto? ¿De... mí? ¿No te importa lo que soy realmente?

La chica se centró en el visor del mandaloriano, queriendo con avidez mirarlo a los ojos. Esperó una respuesta, que pronto le llegó.

—No hay nada que pueda venir de ti que me podría hacer sentir eso.

Así, una vez más entre tantas otras, Din Djarin logró apaciguar aquel dulce corazón atormentado, pronunciando seis palabras, con una combinación de doce letras del alfabeto, entregadas a ellas con el amor más puro y verdadero del cual él era capaz.

Elena se derrumbó en el suelo, dejando que la verdad la inundara. Ella levantó la mirada, de rodillas frente a él. Abrió la boca para decir algo, pero tragó aquellas ganas de hablar. No podía seguir siendo así. No podía seguir renegando lo que era, su pasado, y todo lo que quedaba por venir. No podía darle la espalda a todo aquello si quería algún día hacer las paces consigo misma.

Un grito visceral salió de ella, como si estuviera siendo forzado a salir de su garganta. Se agarró la camisa con fuerza y apretó los puños. Su respiración se había vuelto entrecortada. Intentaba desesperadamente que el aire entrara en sus pulmones mientras tartamudeaba palabras sin cesar. Ninguna de aquellas palabras tenía coherencia alguna.

Din tenía la sensación de que su corazón se iba deteniendo. Ver el rostro de la mujer a la que amaba torcido por puro dolor era increíblemente duro, casi insoportable. Él se agachó para estar a su altura, y Elena buscó rápidamente la mano del mandaloriano. Ella se aferró a su brazo tan fuertemente como pudo.

—No me dejes... No me dejes... No te vayas, por favor.

Cada palabra que pronunciaba venía acompañada por soplidos interrumpidos por el profuso llanto.

—Nunca lo haré. Te aseguro que no.

No había duda alguna en la mente de Din Djarin de que ella era una persona generosa y empática, de que se preocupaba por los demás antes que de ella misma, y de que siempre estaba dispuesta a ayudar sin importar lo mucho que costara.

Din quería volver a recordarle cuánto había hecho por él, que le había enseñado también lo que era el amor y que gracias a ella había aprendido a amar de verdad.

Él recordó a Elena la manera en la que había ayudado a aquel joven en Scarif sin ni siquiera conocerlo, de que le había ofrecido su comida y un hombro en el cual llorar, a pesar de que el chico se hubiera negado por su firme carácter.

Le recordó que había emprendido un peligroso camino para cumplir la promesa que le había hecho a una amiga.

Le recordó que había puesto su vida en peligro para salvar a Grogu.

Le recordó que le había devuelto la sonrisa a Lux, la pequeña huérfana que había perdido a su madre al nacer.

Todo aquello no era más que un ínfimo recordatorio de que el mundo necesitaba a personas como ella. Din no había escogido aquel nombre para ella al azar; Elena simbolizaba la luz que todas las personas debían invitar en su interior al menos una vez en su vida.

Era capaz de aportar una sonrisa en el rostro de los más reservados, de hacer reír sin que pareciera forzado, y de simplemente sorprender a cualquiera con su personalidad cariñosa e inquieta.

Din le frotó todo ese rato con suavidad su cuello, de arriba abajo, mientras le hablaba. Su mano se deslizó después hasta su cabello y lo acarició. Aquello la ayudó a relajarse en los brazos del mandaloriano y dejó escapar unas lágrimas más. Entre las palabras de Din y las suaves acaricias, había conseguido poner freno a su lloro.

—Tenías razón. Yo necesitaba esto... —murmuró ella—. Necesitaba venir aquí y aclararlo todo. Gracias, Din.

Él la ayudó a levantarse y a quitarse las manchas que habían dejado las lágrimas en su rostro.

—Quiero ir a comprobar una última cosa más, y luego creo que ya podemos irnos de aquí.

Aprendería a lidiar con sus pensamientos y sueños retorcidos. Lo conseguiría, sí. Ya no podía seguir actuando como la chica temerosa y sometida de Nevarro, la que dejaba que la gente la pisoteara y manipulara.

Nisha Vestswe, ahora conocida únicamente como Elena, podría recordar gracias a su nombre antes de ir a dormir la belleza de las historias que había oído y las estrellas titilantes que la acompañaban desde siempre.

A través de la galaxia || The Mandalorian [Libro II]Where stories live. Discover now