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24 de julio de 2019

El sol anaranjado de la mañana hizo que abriese los ojos. Un delicioso olor a brisa marítima inundó mis fosas nasales. Sin duda aún no me acostumbraba a vivir en Mónaco.
Menos aún ahora que ya no vivo en el apartamento de Charles y estoy sola.

Me deshice de las sábanas blancas que cubrían mi cuerpo y me puse de pié. Me estiré un poco y luego hice la cama.

Hoy el tiempo en Montecarlo era muy bueno. Hacia calor, pero no un calor desagradable que hace sudar y ponerte de mal humor. Sino ese clima cálido que te da confort.

Fuí a mi moderna cocina y me preparé un café para empezar bien el día. Era raro despertarse y no ver a Charles paseando en pijama por casa.
Y eso que ya llevo bastantes días viviendo sola, pero supongo que me había acostumbrado demasiado y estas son las consecuencias.

Cuando terminé mi café salí con el a mi terraza. Sin duda esta era una de mis partes favoritas de toda la casa.
Era una terraza con vistas al puerto y el mar de Montecarlo. Al estar en el último piso tenía una privacidad más alta, cosa que agradecía.

Ver el mar es algo que me ha relajado toda mi vida, yo siempre he dicho que es algo hipnotizante. Y lo he confirmado de nuevo hoy, ya que me quedé muchos minutos en silencio y con la mente en blanco simplemente visualizando el océano con la luz anaranjada del sol reflejando sobre él.

El edificio de Charles se encontraba a unos pocos edificios de distancia, a si que desde aquí podía verse. Lo miré un poco más, hasta que en la terraza del dueño de los ojos verdes que estaban empezando a volverme loca, apareció alguien.

En realidad, apareció él.

Iba con su típico pijama que ya había visto en más de una ocasión de color azul cielo y rallas. Había imitado la misma acción que había hecho al salir a la terraza. Apoyarme en el balcón y mirar al mar.
No podía ver mucho más que una silueta poco definida en la terraza de un edificio, pero sí veía lo suficiente como para saber que se trataba de él.

Miré mi reloj y vi que ya era bastante tarde y que, si no me daba prisa, no llegaría al trabajo.
Ya llevaba bastantes días trabajando con Francis, y tengo que decir que las cosas me iban de maravilla.
No trabajaba yo sola con Francis, sino que también trabajaba junto a Lucca, un chico italiano que había venido a Montecarlo para estudiar en la universidad. Ambos nos habíamos vuelto super unidos. Es más, el primer día que nos conocimos ya conectamos súper rápido.

Lucca era homosexual, a si que muchos de nuestros temas de conversación en el trabajo eran sobre lo buenos que estaban los monegascos.

En mi mente apareció él.

Pero tan rápido como apareció, se fue. No quería distracciones. Charles solamente era mi amigo y siempre iba a serlo.
Lucca tenía una obsesión por el piloto, siempre estaba hablando sobre lo triste que está porque Charles sea heterosexual. Y que si en algún momento confirma ser parte de la comunidad no perdería ni un segundo en ir a por él. Era un aficionado total a la Fórmula 1 y Ferrari.

Estaba claro que Lucca no sabía que yo conocía a los pilotos. Ya era suficiente con que lo supiese Francis, no estaba mal tener a una persona de confianza con la que podía desahogarme sin tener la preocupación de que pudiera llegar a contárselo a alguien.

En estos días me he dado cuenta que lo más preciado que tiene Montecarlo no es su puerto, su mar o sus paisajes. Sino que lo más preciado está en una cafetería situada en una tranquila calle de ambiente primaveral.

Sin duda, ir a trabajar no me suponía un gran esfuerzo, ya que rápidamente había encontrado mi lugar en este pequeño país.

Poco a poco Mónaco había empezado a sentirse como la palabra hogar.

𝐹𝑒𝑟𝑟𝑎𝑟𝑖'𝑠 𝐺𝑖𝑟𝑙 ➪  ᴄʜᴀʀʟᴇs ʟᴇᴄʟᴇʀᴄ ғɪᴄWhere stories live. Discover now